𝓒 𝓐 𝓟 𝓘 𝓣 𝓤 𝓛 𝓞 24

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Bridgette era consciente de que alguien la empujaba con irritante insistencia. Poco a poco, comprendió que se encontraba en el interior de un carruaje que se tambaleaba y sacudía sobre el camino a una enorme velocidad. Un olor horrible lo impregnaba todo... una especie de disolvente muy fuerte, parecido al aguarrás. Mientras se esforzaba por salir del estado de adormecimiento, se dio cuenta de que tenía la oreja apoyada sobre una dura almohada rellena de algún material muy compacto. Se sentía fatal, como si la hubieran envenenado. Le ardía la garganta con cada bocanada de aire que daba y las náuseas la asaltaban en oleadas. Emitió un jadeo de protesta al tiempo que su nublada mente intentaba deshacerse de unos sueños de lo más desagradables.

Cuando abrió los ojos, vio algo sobre ella... un rostro que parecía acercarse y luego desaparecer a su antojo. Trató de preguntar algo con el fin de descubrir qué estaba sucediendo, pero su cerebro parecía estar desconectado del resto de su cuerpo y pese a que era vagamente consciente de que estaba diciendo algo, las palabras que salieron de sus labios no fueron más que una serie de murmullos incoherentes.

—Silencio— Una mano de dedos largos se movió sobre su cabeza y le masajeó el cráneo y las sienes —Descansa. Pronto despertarás, querida. Ahora descansa y respira.

Confundida, Brid cerró los ojos y trató de tomar las riendas de su mente con el fin de recuperar al menos un poco de su funcionamiento habitual. Tras un instante, consiguió relacionar la voz que había escuchado, con una imagen.

—Sainvincen...— murmuró, pese a que no conseguía mover bien la lengua.

—Sí, amor.

Lo primero que sintió fue alivio. Un amigo. Alguien que podría ayudarla. No obstante, el alivio se esfumó a medida que sus instintos empezaron a detectar una seria amenaza y giró la cabeza sobre lo que resultó ser el muslo de St. Vincent. El nauseabundo olor que la abrumaba... provenía de su rostro y de su nariz. Le ardían los ojos a causa del aroma de esa sustancia y alzó las manos de modo instintivo para arañarse la piel en un intento de deshacerse del olor.

St. Vincent atrapó su muñeca y murmuró:

—No, no... Yo te ayudaré. Baja las manos, amor. Buena chica. Bebe un poco de esto. Sólo un sorbo o lo vomitarás.

La joven sintió que algo se apoyaba sobre sus labios... un frasco, una cantimplora de cuero o una botella... y que un reguero de agua fresca se derramaba en el interior de su boca. Tragó de buena gana y se mantuvo inmóvil cuando sintió el roce de un pañuelo húmedo sobre las mejillas, la nariz y el mentón.

—Pobrecita— murmuró St. Vincent al tiempo que le secaba el sudor de la garganta y de la frente —El idiota que te trajo hasta mí debió de utilizar el doble de la dosis de éter necesaria. Tendrías que haber despertado hace un buen rato.

«Éter. El idiota que te trajo hasta mí»

Bridgette se vio asaltada por los primeros destellos de comprensión y contempló a St. Vincent con desconcierto; no obstante, lo único que distinguió fueron los contornos de su rostro y el color de su pelo, un dorado muy oscuro semejante al baño de oro de los antiguos iconos eslavos.

—No veo bien...— susurró.

—Pasará dentro de unos minutos.

—Éter...— Brid seguía dándole vueltas a esa palabra, que le sonaba vagamente familiar. La había oído antes, en una botica o en otro sitio similar donde se preparan y venden medicamentos de forma artesanal. ''Éter...'' un aceite de vitriolo dulce de efectos intoxicantes y que se utilizaba en ciertos procedimientos médicos —¿Por qué?— preguntó, sin saber muy bien si el temblor incontrolable que sufría se debía al efecto de una intoxicación por éter o al hecho de estar indefensa en los brazos de un enemigo.

𝓜𝓮   𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮  𝓾𝓷  OᴛᴏñᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora