Para aquellos que estaban acostumbrados al habitual paso firme y rápido de lord Westcliff, hubiera sido toda una sorpresa verlo deambular sin prisas desde el estudio al saloncito de la planta superior. Apretaba entre los dedos una carta, cuyo contenido había ocupado su mente durante los últimos minutos. Sin embargo, por importantes que fueran las noticias, no eran del todo las responsables de su retraído estado de ánimo.
Por mucho que a Félix le hubiera gustado negarlo, estaba lleno de expectación ante la idea de volver a ver a Bridgette Dupain-Cheng... y tenía mucho interés por comprobar cómo se las estaba ingeniando con su madre. La condesa podía hacer picadillo a cualquier jovencita, si bien él sospechaba que Bridgette se mantendría firme con su carácter.
Bridgette. Bridgette era la culpable de que tuviese que esforzarse por recuperar el autocontrol como un chiquillo que se apresurara a recoger los fósforos esparcidos sobre el suelo después de que se hubiera caído la caja. Félix tenía una tendencia natural a desconfiar de los sentimientos, sobre todo de los propios, así como un profundo odio hacia toda persona o cosa que amenazara su dignidad. La familia Agreste era famosa por su sobriedad... generaciones de hombres imponentes ocupados con grandes responsabilidades. El padre de Félix, el antiguo conde, rara vez había sonreído. Y cuando lo había hecho, la sonrisa iba antes de decir algo muy desagradable.
El difunto conde se había dedicado a eliminar cualquier señal de bondad o humor que tuviera su único hijo varón y aunque no lo había conseguido del todo, había dejado una huella imborrable. La existencia de Félix se había forjado siguiendo unas severas expectativas y obligaciones... y lo último que necesitaba era una distracción. Especialmente si tenía la apariencia de una jovencita rebelde.
Bridgette Dupain-Cheng no era una muchacha a la que Félix considerara, ni siquiera conquistar. No podía imaginarse a Bridgette viviendo feliz entre la aristocracia británica. Su menosprecio e independencia nunca le permitirían mezclarse con facilidad en el mundo de Félix.
Además todos sabían que, dado que las dos hermanas de Félix se habían casado con norteamericanos, resultaba obligatorio que él conservara el distinguido pedigrí de la familia casándose con una novia inglesa.
Félix siempre había sabido que terminaría casado con una de las incontables jovencitas que hacían su presentación en sociedad cada año, tan parecidas las unas a las otras, que parecía no importar mucho a quién escogiera. Cualquiera de esas tímidas y refinadas muchachas serviría para sus propósitos y sin embargo, nunca había sido capaz de sentirse interesado por alguna de ellas.
Por el contrario, Bridgette Dupain-Cheng lo había obsesionado desde la primera vez que la vio. La lógica no tenía nada que ver con ese hecho. Bridgette era de las mujeres más hermosas que hubiera conocido, pero sus modales no eran particularmente exquisitos. Tenía una lengua afilada, era testaruda y su naturaleza voluntariosa era más propia de un hombre que de una mujer.
Félix sabía que ambos eran demasiado obstinados y que sus caracteres estaban destinados a desafiarse. La pelea que tuvieron en el recorrido de obstáculos, era el mejor ejemplo de que una unión entre ellos era imposible. No obstante, eso no cambiaba el hecho de que Félix deseaba a Bridgette Dupain-Cheng más de lo que había deseado a una mujer en toda su vida. Su frescura y originalidad lo atraían, pese a lo mucho que luchaba contra la tentación que ella suponía.
Había comenzado a soñar con ella por las noches, sueños en los que jugaba y la abrazaba, en los que entraba en su cálido y vibrante cuerpo hasta que la joven gritaba de placer. Y también estaban esos sueños en los que yacían en sensual tranquilidad, con los cuerpos unidos y palpitantes; sueños en los que nadaban en el río y el cuerpo desnudo de Bridgette resbalaba contra el suyo mientras el cabello se le pegaba en el pecho y los hombros como si fuese la húmeda melena de una sirena. Sueños en los que la poseía en el prado como si fuera una campesina y acababan abrazándose en la hierba entibiada por el sol.
ESTÁS LEYENDO
𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Lãng mạn-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...
