—Milord.
Al oír la voz de su mayordomo, Félix levantó la vista del escritorio con el ceño ligeramente fruncido. Llevaba trabajando más de dos horas en las reformas de una lista de recomendaciones que sería presentada al Parlamento ese mismo año por un comité al que se había comprometido a ayudar. Si se aceptaban dichas recomendaciones, se produciría una mejora fundamental en las casas, las calles y el alcantarillado de Londres y de sus distritos más cercanos. No obstante, Salter, el viejo mayordomo de la familia, sabía muy bien que no debía molestarlo mientras trabajaba, a menos que sucediese algo muy importante.
—Se ha producido... una situación Milord, de la que estaba seguro que querría ser informado.
—¿Qué tipo de situación?
—Se trata de uno de los invitados, Milord.
—¿Y bien?— quiso saber Félix, molesto por el tanto rodeo del mayordomo —¿De quién se trata? ¿Qué está haciendo?
—Me temo que en realidad es una invitada, señor. Uno de los sirvientes acaba de informarme de que ha visto a la señorita Dupain-Cheng en la biblioteca, y la joven está... no se encuentra bien.
Félix se puso en pie de forma tan brusca, que estuvo a punto de tirar la silla.
—¿Cuál de las señoritas Dupain-Cheng?
—No lo sé, Milord.
—¿Qué quieres decir con eso de que ''no se encuentra bien"? ¿Hay alguien más con ella?
—No lo creo, señor.
—¿Está herida? ¿Está enferma?
El mayordomo puso una expresión ligeramente angustiada.
—Ninguna de las dos cosas, Milord. Sencillamente... no se encuentra bien.
Negándose a perder más tiempo con preguntas, Félix abandonó la habitación con una maldición entre dientes y se encaminó hacia la biblioteca a grandes zancadas que se diferenciaban muy poco de una carrera en toda la regla. En nombre de Dios, ¿qué podría haberle ocurrido a Bridgette o a su hermana? Al instante, se vio inundado por la preocupación.
Mientras avanzaba a toda velocidad por los pasillos, pasó por su cabeza un buen número de pensamientos irrelevantes. Había que reconocer que la casa tenía un aspecto abandonado cuando los huéspedes se marchaban, con sus kilómetros de corredores y sus infinitos montones de habitaciones. Una casa enorme y antigua con la atmósfera de un hotel. Una casa como aquélla necesitaba el eco de los gritos alegres de los niños en los pasillos, una multitud de juguetes dispersados por el suelo del salón y el chirriante sonido de las lecciones de violín proveniente del salón de música. Marcas en las paredes, tardes de té con pegajosas tartas de mermelada y aros de juguete rodando por la terraza trasera.
Hasta ese momento, Félix había considerado la idea del matrimonio como un deber necesario para continuar el linaje de los Agreste, nada más. Sin embargo, en los últimos tiempos se le había pasado por la cabeza que su futuro podría ser muy diferente a su pasado. Podría ser un nuevo comienzo... una oportunidad para crear el tipo de familia con la que nunca se hubiera atrevido a soñar. Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que lo deseaba... y no con cualquier mujer. No con una mujer que no conociera o de la que jamás hubiese oído hablar, sino con una que era justo lo contrario de lo que debería desear. Cosa que había comenzado a importarle un comino.
Apretó los puños hasta que los nudillos se le quedaron blancos y aceleró el paso. Tuvo la sensación de que tardaba una eternidad en llegar a la biblioteca. Para cuando hubo atravesado el marco de la puerta, el corazón palpitaba con fuerza en el interior de su pecho... a un ritmo que no tenía nada que ver con el ejercicio y sí mucho con el pánico. Lo que vio hizo que se detuviera en seco en medio de la enorme estancia.
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𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Romance-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...
