Después de que Bridgette saliera corriendo del jardín de las mariposas, Félix permaneció allí para intentar enfriar sus pasiones. Había estado a un paso de perder el control y casi la había tomado sobre el suelo como un bruto imprudente. Tan sólo una señal infinitamente pequeña de razonamiento, tan débil como la llama de una vela en medio de una tormenta, había evitado que la poseyera como un animal. Una muchacha inocente, la hija de uno de sus invitados... Por el amor de Dios, se había vuelto loco.
Mientras deambulaba despacio por el jardín, intentó analizar una situación en la que jamás habría esperado verse envuelto. Y pensar que tan sólo unos meses atrás se había burlado de Nino Lahiffe a causa de la excesiva pasión que sentía por Alya Césaire. No había comprendido el poder de una obsesión, porque nunca había sentido su feroz mordedura hasta ese momento. Parecía no poder librarse de ella de forma lógica. Tenía la sensación de que su voluntad había ignorado a la razón.
Félix no reconocía sus propias reacciones cuando se trataba de Bridgette. Nadie lo había hecho sentir tan consciente ni tan vivo, como si su mera presencia le agudizara los sentidos. La muchacha lo fascinaba. Lo hacía reír. Lo excitaba hasta extremos inesperados. Si al menos pudiera acostarse con ella y liberarse así de ese constante anhelo... Sin embargo, la parte racional de su cerebro no dejaba de recordarle que algunas de las observaciones de su madre sobre las Dupain-Cheng habían dado en el clavo.
—Tal vez pueda pulir un poco sus superficies— había dicho la condesa —pero mi influencia no perforará más hondo hasta sus personalidades. Puesto que ninguna de esas chicas es lo bastante manipulable como para cambiar de modo significativo. En especial la mayor. Nadie podría convertirla en dama, de la misma manera que no se puede transformar el plomo en oro. Ella está decidida a no cambiar.
Era extraño, pero ésa era una de las razones por las que Félix se sentía tan atraído por Brid. Su cruda vitalidad y su inflexible independencia lo afectaban como una ráfaga de aire invernal que atravesara una casa mal ventilada. No obstante, era del todo deshonesto de su parte por no mencionar también injusto, que continuara dándole sus atenciones a Bridgette, cuando era evidente que no podía resultar nada bueno de ello. Sin importar lo difícil que fuera tendría que olvidarse de ella, tal y como la joven acababa de pedirle.
Semejante decisión debería haberle dado cierta paz, pero no fue así. Pensativo, abandonó el jardín en dirección a la mansión, y se dio cuenta a su pesar de que el exquisito paisaje que lo rodeaba parecía algo marchito, más gris, como si lo viera a través de un cristal sucio. En el interior, la atmósfera de la enorme casa parecía rancia y sombría. Tenía la sensación de que jamás volvería a disfrutar de nada.
Maldiciéndose por tener unos pensamientos tan sentimentales, Félix se dirigió a su estudio privado, a pesar de que necesitaba con urgencia cambiarse de ropa. Dado que la puerta de acceso estaba abierta, atravesó la entrada con paso firme, y vio que su amigo Nino Lahiffe estaba sentado en el escritorio, estudiando cuidadosamente un montón de documentos legales.
Tras alzar la vista, Nino sonrió y comenzó a levantarse de la silla.
—No— dijo Félix de forma brusca al tiempo que hacía un firme movimiento con las manos —Sólo quería echarle un vistazo a las entregas de la mañana.
—Parece que estás de un humor de perros— comentó Lahiffe antes de volver a sentarse —Si es por los contratos de la fundición, acabo de escribirle al abogado...
—No se trata de eso— Félix tomó una carta, rompió el sello y la miró enfadado al darse cuenta de que se trataba de algún tipo de invitación.
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𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Romance-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...