𝓒 𝓐 𝓟 𝓘 𝓣 𝓤 𝓛 𝓞 10

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Bridgette casi había sucumbido a las náuseas cuando Félix la condujo hasta uno de los invernaderos del exterior. El cielo había adquirido una tonalidad púrpura y la oscuridad reinante, tan sólo se veía aplacada por las estrellas y el brillo de los faroles recién encendidos. Cuando el aire limpio y fresco de la noche llegó hasta ella, comenzó a inhalar profundamente. El conde la acompañó hasta una silla de respaldo de caña, demostrando así mucha más compasión que Marinette, que estaba recostada contra una columna y no cesaba de estremecerse, presa de unos irrefrenables espasmos de risa.

—Por todos los santos...— jadeó Mari mientras se secaba las lágrimas que la risa había provocado —Tu cara, Brid... Te habías puesto totalmente verde. ¡Creí que ibas a echar los buñuelos del desayuno delante de todos!

—Yo también lo creía— respondió Bridgette entre temblores.

—Doy por supuesto, que no le agradan mucho las cabezas de ternera— musitó lord Westcliff al tiempo que se sentaba a su lado. Se sacó un pañuelo blanco de la chaqueta y secó con él la empapada frente de Brid.

—No me agrada que la comida me mire justo antes de que la meta en la boca— contestó Bridgette, conteniendo la náusea.

Marinette recuperó el aliento lo suficiente para decir:

—Vamos, no digas bobadas. No te miró más que un instante...— Hizo una pausa antes de añadir —¡Porque le sacaron los ojos!— y se deshizo de nuevo en carcajadas.

Brid miró a su risueña hermana echando chispas por los ojos antes de cerrarlos con debilidad.

—Por el amor de Dios, ¿tienes que...?

—Respire por la boca— le recordó Félix, que siguió limpiándole el rostro con el pañuelo, llevándose así los últimos restos del sudor frío —Pruebe con bajar la cabeza.

Obediente, Bridgette bajó la cabeza hasta las rodillas. Sintió que las manos del hombre se cerraban sobre su fría nuca y comenzaban a masajear los rígidos tendones con exquisita ligereza. El roce de sus dedos resultó cálido y ligeramente áspero, y el suave masaje resultó tan reconfortante que las náuseas no tardaron en desaparecer. Por lo visto, el conde sabía exactamente dónde tocarla, ya que descubría con las puntas de los dedos las zonas más sensibles de su cuello y de sus hombros, e insistía con intuición allí donde más le dolía. Brid no se movió ni un poco mientras recibía sus cuidados y comenzó a sentir que todo su cuerpo se relajaba y que su respiración se volvía profunda y regular.

Demasiado pronto para su gusto, Brid sintió que lord Westcliff la obligaba a levantarse de nuevo y tuvo que ahogar un gemido de protesta. Para su mortificación, deseaba que el hombre continuara con su masaje. Deseaba quedarse allí sentada toda la noche con sus manos en el cuello. Y en su espalda. Y... en otros sitios. Sus pestañas se levantaron y parpadeó al darse cuenta de lo cerca que estaban sus rostros.

Era extraño comprobar que encontraba las severas líneas de las facciones de Félix, más atractivas a medida que las observaba. Le ardían los dedos por el deseo de recorrer el perfil de su nariz y los contornos de sus labios, tan duros y a la vez tan suaves. Por acariciar la intrigante sombra de barba que oscurecía su barbilla. Todo eso se combinaba para crear un atractivo de lo más masculino. Sin embargo, el rasgo más destacable eran sus ojos, de un terciopelo verde claro entibiado por la luz de los faroles y enmarcados por unas pestañas largas y rectas que proyectaban sombras en los pronunciados ángulos de sus pómulos.

Al recordar la supuesta conversación que inventó Félix, acerca de las Erynnis pages de lunares violetas, Bridgette dejó escapar una risilla sofocada. Siempre había considerado a lord Westcliff como un hombre carente de humor... y estaba claro que se había equivocado.

𝓜𝓮   𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮  𝓾𝓷  OᴛᴏñᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora