El universo y el amor traman planes impensados los 356 días del año, esta prohibido ignorar sus señales.
Asher Davies es un profesor de física que lleva un año saliendo con su novia, Erin, y es hora de conocer a su familia. Sin embargo, lo que meno...
Asher palideció, no había esperado este nivel de maldad por parte de su hermana. Su conciencia dio un volantazo violento directo al acantilado del pánico, ver a la menor de las O'Neal parada en la puerta de la casa de Skye fue un pico de euforia con el corazón abierto contraponiéndose al miedo que le producía su mirada llena de caos. Sonrió inconsciente por lo diferente que se veía con el cabello corto hasta los hombros, tan rizado que parecía más un desastre que un estilo. Tantos meses sin verla, saliendo más temprano a trabajar para no encontrarse, rechazando sus invitaciones para salir y limitando sus contactos al mínimo. Solo para terminar aquí.
—¡Te lo dije! ¡Ni tu madre te reconocería con esas pintas que traes! —gritó Clyde desde la cocina.
Lo ignoró, su atención se concentraba en la menor de las O'Neal.
—Hola —dijo nervioso.
—Hola —repitió ella confundida. Entró en la casa sin dejar de mirarlo—. Diablos, estás... diferente.
Sí, "diferente" era una forma de decirlo, pues se había teñido de rubio y dejado crecer tanto el cabello como la barba. Erin lo alentó a cambiar de look a uno que lo hiciera ver más joven, moderno y un millar de atractivos más, pero personalmente le gustaba su antiguo estilo. Lo que hacía para contentar a su novia era abismal.
—Ya sé que me veo ridículo, no tienes que decirlo.
Ella agitó las manos mientras negaba con la cabeza.
—No, no, no. Es que... eh, no te queda mal... es que no te ves como tú. Bueno, eso es obvio... lo siento, estoy balbuceando...
—Tranquila —calmó con una sonrisa incómoda—. A ti te queda bien el corte.
—¡Ah! ¡Sí, quise probar algo nuevo! —exclamó apartando mechones chocolate de su rostro.
—Al menos a uno de nosotros le fue bien en ello.
—Sí.
Cayeron víctimas de una atmósfera desconocida e incómoda, la falta de aire lo asfixiaba como si todo el oxígeno de esa parte del estado de Arizona se hubiera evaporado, sumergiéndolos a los dos en un mal sentimiento y acarreando los asuntos sin resolver que existían entre ambos.
Su hermana lo había invitado a una noche de juegos para celebrar su cumpleaños, pero nunca mencionó que Ivelisse fuese a venir.
Rezó porque alguien lo salvara.
—¡Ivy! —exclamó Timothy apareciendo de la nada y corriendo hacia la mujer—¡Ivy! ¡Ivy!
Ella se agachó para recibirlo, su sobrino saltó en sus brazos llenándola de besos y abrazándose a su cuello mientras lo cargaba.