El universo y el amor traman planes impensados los 356 días del año, esta prohibido ignorar sus señales.
Asher Davies es un profesor de física que lleva un año saliendo con su novia, Erin, y es hora de conocer a su familia. Sin embargo, lo que meno...
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14/05/2018
Irlanda era una tierra bella y mística, las historias que contaban sus magníficos campos verdes con tranquilidad superaban cualquier cuento infantil para reemplazarlo con los mitos celtas.
Ivelisse leyó el nombre de su madre en la cripta delante de sus ojos, tenía unas marchitas flores azules y las apartó con desgano para colocar en su sitio un ramo de rosas amarillas con un girasol. El viejo cementerio en el que se encontraba parecía una ruina de hace medio siglo, algunas de las tumbas estaban cubiertas de musgo y varías cruces de mármol se torcían; la escultura de un ángel la miraba directamente unos metros a su izquierda. Una iglesia antigua ocultaba su visión del camino de tierra y el muro que bordeaba el cementerio le produjo una sensación de claustrofobia.
En el aire se sentía el aroma de la humedad enredándose con el perfume único de la brisa helada que arremetía contra el desolado, pero hermoso paisaje. Miró el cielo nublado, una llovizna muy ligera -solo pequeñas partículas de lluvia-, golpeaba su rostro, empapándolo lentamente.
Había venido para visitar el país en que vivió su madre tanto tiempo, por lo que fue innegable visitar su tumba, Irlanda no se hallaba a una hora de viaje en coche así que fue necesario ahorrar y esperar a las vacaciones de verano, pero aquí estaba después de todo... sin saber qué hacer. Era su primera vez en un cementerio, le resultaba imposible identificar a la mujer que más amó en su vida en aquel espacio de tierra y no la confortaba para nada, la deprimía más bien. Como en su funeral, no conseguía atribuir la imagen de su cuerpo frío con el recuerdo de la madre amorosa y amante de Elvis que fue en vida.
Para Ivelisse en ese momento, lo que observaba era un pedazo de piedra con un nombre. Algo sin sentido. No necesitaba venir para hablar con Moira, para eso tenía las noches en su cama y las buenas memorias.
Espió de reojo la lápida junto a la de su mamá, se leía "Nessa Mckenna" en ella y tampoco supo como afrontar eso. Su tía había fallecido hace muy poco, tal vez uno o dos meses, asistió al funeral con la idea de consolar a Erin y... su familia la echó a patadas. Ellos no le importaban más. Algún día formaría su propia familia y empezaría de nuevo. Volviendo al tema de su tía, pues no le dolía para nada porque jamás la había querido y tampoco fue una buena persona en vida. Podía sonar como una insensible, pero la mujer la maltrató desde niña y no le tenía ningún aprecio; aunque si la apesadumbraba pensar en su prima.
Ni siquiera había podido hablarle el día del funeral.
De repente, captó que una figura oscura se le acercaba y al voltear se le secó la garganta.
Siempre invocada por un pensamiento, Erin se aproximaba con dos ramos de rododendros azules, su pelirrojo cabello estaba sujeto por una cola de caballo y una gabardina negra que le llegaba a los pies.
No reflejó impresionarse o sorprenderse por su presencia, con naturalidad se colocó a su lado y dejó un ramo en la tumba de Nessa. También depósito el otro ramo en la lapida de Moira junto al que ella había puesto. Luego se enderezó y se quedó quieta.