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Los pesados pasos resonando fuertes por los pasillos del palacio de Bishajin daban aviso a la servidumbre que su rey se hallaba más enojado de lo habitual, y luego de escuchar lo que Kirishima tenía para decir, no era para menos. Se dirigía con una total concentración hacía una de las salas más importantes del palacio: La sala de la Frontera, allí era donde todos los magos podían modificar la barrera que cubría en totalidad la frontera terrestre y las costas de Bishajin.

Katsuki había tenido mucho tiempo para pensar. Demasiado. Al haber vuelto de Musutafu había confirmado luego de una exhaustiva búsqueda de tres días, que el sello de la Reina, su madre, había desaparecido de su escritorio personal y del palacio en su totalidad. Ese día no fue difícil encontrar al traidor y ejecutarlo, o mejor dicho, traidora. No recordaba exactamente su nombre, pero aquella mujer de cabello verde como enredadera y lleno de espinas era en realidad una humana, que al haber sido bendecida, o más bien maldita, por una dríada, tenía su aspecto físico similar a alguien de su gente.
Ni siquiera pestañeó en cortarle la cabeza, aunque aquella mujer hubiera querido brindar información, no necesitaba que nadie más envenenara su mente. Estaba seguro que más tarde aquel sello volvería a sus manos, aunque no lo quisiera, ya que lo que pertenecía a Bishajin, tarde o temprano volvía a Bishajin.
Ahora, teniendo la noticia que le traía Kirishima, no podía quedarse quieto ni aunque hubiera decapitado a alguien esa misma semana.

Querían asesinar a su gente.

Su sangre hervía ante la sola noticia, los inmundos humanos se habían atrevido a dar la orden de capturar a todos los seres mágicos y según Eijiro, la persona que habría casi asesinado a Aiko era también la persona tras los hilos, confirmando sus sospechas.

Apenas entró a la Sala de la Frontera, se dirigió inmediatamente al orbe que se encontraba en el centro de la misma brillando de un apacible color blanco. El orbe, similar a una esfera de cristal, concentraba el mana que todos sus subordinados y él mismo habían depositado allí, creando una barrera poderosa incluso ante todo tipo de elementos. Pero a la barrera se le debía añadir una nueva orden: No dejar pasar a los humanos y no dejar salir a quienes se encontraran dentro del reino.
De esa manera, Deku y Ochako podrían pasar sin problema ya que Izuku era un híbrido de humano y ser mágico y Ochako era descendiente de un clan de brujas de antaño.
Por su cabeza pasó la mujer de cabellos dorados y ojos verdes. No podía hacer nada por ella. Devolver su espada tal vez era lo único que haría en su beneficio, dar asilo a un traidor del reino vecino inmediatamente daría más razón a Musutafu para declararle la guerra, aunque indirectamente ya lo habrían hecho con quebrantar el tratado.

Lamentaba en silencio el hecho de que, probablemente, ellos nunca se volverían a ver. Él quería saber la verdad detrás de las memorias que había visto, conocer la razón detrás de una habilidad tan inmensa y porqué su poder era sellado por un arma. 
También quería saber, de cierto modo, porqué la mujer que había llamado tanto su atención como ninguna otra, la cual no había perecido al dolor de la deficiencia mágica, había sido herida cuando la encontró en aquella cueva, andrajosa, al borde de la muerte. Él apenas podía encontrarle una brecha y alguien la había herido de muerte.
Supuso que tal vez habría pasado lo que en el día de su ejecución. Era una mujer fuerte con los fuertes y débil con los débiles. Suponía que Toshinori Yagi le habría enseñado eso en sus años de vida y que, de igual manera, Toshinori le habría heredado su complejo de mártir a la ahora fugitiva de la nación vecina.

No podría hacer nada por ella, aunque la culpa lo estuviera comiendo. Él no podría ir hacia Aiko y de la misma forma, Aiko no podría ir hacia él.
Bishajin debía mantenerse y Katsuki debía proteger a su gente, una vez más.

...

El sonido del anciano golpeando la masa, destinada a ser alguna de las delicias que caratirizaban su tienda, era lo único que llenaba el espacio. Su empleada limpiaba todo al rededor en completo silencio y si se quedaba sin algo por hacer, se ofrecía a ayudar a llevar la tienda, aunque sólo en el área de recepción. Torino ya había confirmado que sus capacidades culinarias eran en extremo nulas.
El viejo puso en el gran horno a leña a hornear la mercancía para el día siguiente, enseguida se separó de su área de trabajo finalizando lo que había estado haciendo, Aiko se puso a limpiar y barrer, pasando de la recepción a la parte de atrás de la tienda y Torino se fue a la parte delantera, por si venían clientes.
El añejo reloj de pie que yacía a su derecha marcaba con sus manecillas las seis p.m en punto, por ese horario todos los pescadores que volvían del mar pasaban por su tienda a comprar con la ganancia del día, pero la noche fue adentrándose más y más y nadie aparecía por allí.
Era una noche sin ni un ápice de aparición de la luna por las espesas nubes que cubrían el cielo y Torino se mostró un poco preocupado. Gritó desde su sitio a la mujer en la parte de atrás de la tienda.

•Dominio de Bestia• [Katsuki Bakugo × OC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora