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Lo primero que oyó fueron los pasos de la sirvienta que se suponía guiaría a la general hasta él, pero no oía los pasos que debían secundarla. Volteó a enfrentar a la criada, pero Aiko se hallaba allí detrás de ella, siguiéndole como una sombra. Sus pasos habían sido tan ligeros que difícilmente los habría logrado escuchar.
Las ropas que ahora llevaba le sentaban mucho mejor que los incómodos harapos que había llevado hasta ese momento. Un pantalón, botas de cuero y una blanca camisa de satina que nunca osaría ser brusca con la piel de una mujer. Aún con la camisa puesta, los vendaje debajo de ésta aún eran visibles, pero se encontraban igual de pulcros que la camisa.
Katsuki vio un poco del empeño de la sirvienta por querer disculparse luego de la escena que había armado frente a su rey, el cabello rubio de Aiko se encontraba recogido por trenzas que dejaba libre su flequillo pero que terminaban por ser un elegante moño.
Aquella mujer se inclinó ante él mucho antes de que la sirvienta pudiera reverenciarlo y anunciar de manera formal su presencia. Con la rodilla y puño derecho contra el suelo, se inclinó levemente ante él antes de erguirse nuevamente para saludarlo de una forma igual de formal.

  — ¿Puedo preguntar la razón por la cuál Su Alteza solicitó mi presencia?—habló en un tono neutro y lleno de formalidad. Katsuki alzó la ceja y le lanzó justo a sus pies uno de los bokken que tenía a mano.

  — Nos enfrentaremos, ponte en posición. — la general no replicó, sin embargo, si lo hizo la asustadiza criada que había ofendido a Aiko.

  —Su majestad, la general no se encuentra en condición de poder enfrentarse a usted. Sepa entender que sus heridas son incapaces de sanar en tan pocos días.— Aiko se tensó enseguida oyó la voz de la muchacha replicando las órdenes del Rey. Una criada no podría señalarle a un noble que su acción era incorrecta o dañina para la otra persona, en ese caso. En el mundo de la nobleza, los sirvientes insolentes eran severamente castigados.
Antes de que Katsuki pudiera pensar en una respuesta, la general se apresuró a contestar.

  — La señorita Ochako hizo un gran trabajo curandome. Sólo quedan algunas costras de las herida, no debe preocuparse por algo tan banal como mi bienestar.— habló con voz firme, girando a ver a la criada con una mirada dulce.— Tu labor ha concluido, gracias. Puedes retirarte.

El rostro de la sirvienta se coloreó de rojo cuando pudo ver una mirada tan dulce en el rostro de una mujer tan atractiva a sus ojos, realizó una reverencia y se retiró lo más rápido que pudo, casi huyendo con vergüenza.
Aiko relajó sus hombros y Katsuki se quedó mirándola con algo parecido a la curiosidad. Ella volteó, acatando las órdenes que el rey le había dado anteriormente, alzando el bokken en dirección del rubio.
Katsuki no comentó nada respecto al atrevimiento de ninguna de las mujeres, ni siquiera de quien le había robado las palabras de la boca.
Se hizo el silencio en el campo de entrenamiento. Eran las únicas personas a la redonda poniendo excepción a quienes los observaban desde una distancia segura.
Kirishima observaba el silencioso inicio de aquel entrenamiento desde la seguridad de la rama de un árbol, a unos cuantos metros de altura y lejos del alcance de su Rey. Si Katsuki llegaba a encontrar un contrincante digno en aquella dama, se emocionaría tanto que derribaría a cualquier persona en su camino sin pensarlo dos veces, con tal de no irrumpir su batalla.
Se miraban fijamente, ambos esperaban que el otro diera el primer ataque y estaban serenos, como si aquello se tratase de estar escribiendo con pluma y papel en un pacífico estudio. Sabiendo que no conseguiría que Aiko diera el primer paso, Katsuki se lanzó a por la primer estocada la cual Aiko interceptó perfectamente.
Desde el primer choque de las espadas de madera, no hubo vuelta atrás. La fuerza en cada golpe hacía vibrar a las armas, tanto que cuando se separaban por un segundo, en el arma continuaba repercutiendo la rudeza de los golpes. Ni siquiera había gracia y gentileza en aquel duelo, todo era tan brutal y crudo que cualquiera que pasara por allí creería que aquellos dos se odiaban a muerte.
Ninguno hallaba una brecha en el otro, golpeaban sus bokken con fuerza y a medida que no veían al contrario ceder, una mirada de emoción se posó en el rostro de ambos, una era acompañada por una sonrisa un tanto macabra y soltando una muletilla de vez en cuando. Ambos estaban tan acalorados que ya no sentían el frío del otoño y en algún punto del duelo, Katsuki se deshizo de la única prenda que cubría su pecho, dejándolo al aire de la no tan cálida estación.
Este cambio no hizo que la general siquiera parpadeara, la mirada en sus ojos no estaba sorprendida por el trabajado torso siquiera, sino que esperó espectante al próximo movimiento del rey.
Lo que normalmente habría sido un pequeño duelo de unos minutos, se transformó en un enfrentamiento de una hora, donde ninguno parecía querer ceder.
En algún punto, Katsuki consiguió lanzarla al suelo, a sus pies, pero la general no perdió el tiempo; al momento en que su espalda tocó el polvoriento suelo, enganchó sus piernas a las de Katsuki para derribarlo y posarse encima suyo, sosteniendo con rapidez la mano en la que sostenía el bokken y poniendo el suyo apretando un poco en su cuello.
Parecía estar sucediendo la derrota del Rey, mas, Katsuki un momento más tarde, había liberado su agarre y con su espada, empujó a la de la general, haciéndola perder el equilibrio.
Aiko cayó de espaldas y cuando abrió sus ojos, Katsuki tenía ambos bokken apuntando a su garganta.
Katsuki sonreía mientras respiraba con pesadez, mirando con satisfacción como la rubia en el suelo aceptaba su derrota.
Ella dejó caer su cabeza hacia atrás, volviendo a cerrar sus ojos y comenzando a respirar con pesadez, posando sus manos en las heridas que creía se habían vuelto a abrir. Pero no le diría al Rey de aquello.

•Dominio de Bestia• [Katsuki Bakugo × OC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora