Prólogo

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Aiko recordaba con exactitud como había encontrado a aquella bestia de escamas rojo brillante, con cadenas y correas de cuero por cada centímetro de su cuerpo, encerrado en su forma humana. Grandes estacas de hierro impedían su escape y por su deteriorado estado supuso que llevaría más de un día en esa incómoda posición, boca abajo y con ambos brazos extendidos hacia adelante.
Le horrorizó y enfureció profundamente pensar en que alguien de sus tropas pensaba vender a ese pobre dragón joven, escondiendolo en una tienda de campaña un poco más oculta que el resto, con estacas de hierro distribuidas por cada una de sus articulaciones, desde sus hombros, rodillas, muñecas y tobillos, clavadas desde su carne hasta una plataforma de madera.

El ruido de su armadura despertó al chico quién con sus bonitos ojos rojo fuego le dedicó una mirada repleta de odio y miedo, Aiko sólo se entristeció más con la furia creciendo en su pecho. Tomó una pequeña navaja parte de su armadura y fue a por la primera correa siendo seguida atentamente por los ojos del dragón. Una a una las correas fueron cayendo seguidas por las pesadas cadenas que apenas y le permitían respirar.
Cuando fue a retirar la primera estaca se dejó caer sobre sus rodillas, mirando fijamente a los ojos del chico y musitó una disculpa desde lo más hondo de su alma.

— Perdóname, hermoso dragón, lamento que mi pueblo te haga pasar por ésto— dijo con voz trémula y suave. Con una sorprendente fuerza, arrancó la primera estaca.  Las heridas comenzaron a escocer de inmediato, se notó a simple vista que el hierro que lo mantenía prisionero había sido manipulado para anular el flujo de mana, un hierro capaz de inmovilizar a un dragón quemaría la piel de un humano como sol de verano a medio día y el calor se comenzaba a sentir aunque ella estuviera usando unos gruesos guantes de cuero.
En la séptima estaca y con su nariz llena del olor a carne quemada, sentía sus ojos picar por la vista de ver tanta sangre derramada más las expresiones de dolor del chico. La guerra era entre humanos, no entre humanos y seres mágicos. Pensó de forma fugaz que si el Rey de los Dragones se enteraba de que uno de los suyos había sido capturado por su ejército sin duda deberían recibir su  ardiente furia.

— ¡General Aiko! — oyó el sonido metálico de varios de sus hombres amontonarse a sus espaldas. Era plena noche y sólo quienes hacían guardia debían llevar su armadura puesta—. ¿Que hace con esa bestia, General Aiko? — el tono despectivo hizo que levantara la mirada de lo que estaba haciendo, perforando con sólo un vistazo a todos sus subordinados.

Se puso de pie con toda la dignidad de una dama y el orgullo del más fiero soldado, sacando su espada de su vaina y utilizándola como apoyo para poder levantarse, se irguió entre la herida criatura y los recien llegados haciendo aún más acto de presencia con su imponente ser.

— ¿Bestia? Yo no veo más que a una hermosa criatura que fue tocada por la crueldad y avaricia humana, por su morbo— declaró en voz hostil. Su gélido semblante no cambió ni un apice  siquiera cuando los soldados dieron un paso amenazador al frente, tomando entre sus manos temblorosas las espadas que a duras penas habían conseguido dominar. Aiko alzó las cejas por la patética imagen que le daban aquellos novatos y por la osadía en sus voces—. ¿Dónde está el Teniente Iida?

— El Teniente Iida no puede salvarla, General — La mujer alzó su rubia ceja como cuestionamiento. Los cuatro hombres delante de ella avanzaron otro paso pero no retrocedió ni bajo la cabeza por el miedo que se le pretendía infundir—. ¡Una débil mujer no es apta para ser un general o para dirigir!

Los soldados se pusieron en fila apuntando sus afiladas armas en su dirección. Fue demasiado rápido para alguno de los tres restantes mas cuando el primero fue al ataque el individuo frente a ellos sólo había efectuado un movimiento y el hombre había caído con un golpe seco al suelo.
Los intrusos quedaron estupefactos observando a su compañero caído, yendo a por la fémina todos juntos en un acto osado y cobarde, sufriendo el mismo destino que el primer atacante.

— Es una pena que hayan causado deshonras en mis tropas, creí que eran prometedores pero veo que sólo eran basura bañada en oro— Aiko seguía en la misma posición orgullosa y digna del principio, con sus manos sobre su espada la cual estaba apoyada en el suelo cumpliendo el rol de un bastón—. Sus familia se van a entristecer por saber que sus queridos niños mimados han sido expulsados del ejército real, siendo encarcelados, pero es lo menos que puedo hacer, debería matarlos por haber intentado romper el tratado que con mucho esfuerzo nuestro Rey pudo conseguir para nosotros con la anterior Reina de los dragones.

El dragón, que ya tenía libre la mitad de su cuerpo, continuó deshaciéndose de las estacas. Ya de pie, no pudo evitar que sus ojos se quedaron por un momento enganchados en la mujer que lo había salvado, con la certeza de que seguramente no lograría encontrar soldado más bondadoso, fuerte y con una mirada suave no demostraba la tragedia de la guerra.
Ella volteó cuando lo oyó quejarse por el dolor de las heridas que lentamente gracias a la regeneración de su especie iban sanando.

— Discúlpame, hermoso dragón. Por favor, no dudes en buscarme cuando necesites ayuda, me encontrarás cómo Primer General Aiko del Reino de Musutafu, haré lo que pueda para ayudar— el dragón en su forma humana apenas pasaba el metro setenta de ella. Le ofreció su mano, recibiendo una mirada roja de pregunta—. ¿Puedes moverte? El valle no está tan lejos, puedo intentar alcanzarte hasta allí antes de que éstos tontos recobren la consciencia y logren moverse— él asintió, pero no tomó su mano.

Ruidos de incontables armaduras llenaron los oídos de la general quién ya dispuesta a limpiar su apreciado ejército de las lacras, alzó su magnífica espada, apuntando en amenaza a los novatos que miraban con miedo su expresión de clara advertencia y con duda a sus compañeros caídos en el suelo. El número ahora mayor de jóvenes comenzaron susurrar con miedo, entre esos susurros oyó el apodo tan desgastado que le habían puesto hacía algunos años cuando apenas era una soldado contra las líneas enemigas.

— ¿Que hacen aquí, soldados?— No obtuvo respuesta, no hasta que ellos notaron al chico de cabello rojo con cola que se escondía en la oscuridad detrás de la general. Sin bajar la mirada o su arma, ella habló al dragón—. Deberías irte ahora, hermoso dragón, lamento no poder acompañarte — sin rechistar, el joven se abrió camino a través de la fina tela de la tienda de campaña que diferenciaba el adentro de afuera—. Ahora, bien, ¿quién fue el de la idea?

Sus subordinados temblaron al verla preguntar aquello con su gran espada apuntando de forma amenazadora hacia ellos, varios se echaron a correr aunque ya a sabiendas de que de cualquier manera era imposible huir de ella. La sabiduría de la general no era superado por nadie en el ejército, ni siquiera por el noble y culto Teniente Iida Tenya.
Nadie habló ya que únicamente salían balbuceos de las bocas de todos.

— ¡General Aiko! ¡Deje de asustar a los reclutas nuevos de hoy!— La mujer relajó su amenazadora postura al oír a su Teniente reprocharla. Aquellos asustados cervatillos eran los reclutas nuevos que habían llegado esa misma noche a la instalación oeste. Ninguno tenía nada que ver con el encarcelamiento del dragón, pues, quién lo hubiera hecho tendría que llevar más de un día allí.

Tenya la regañaba como a una niña pequeña frente a los nuevos reclutas mientras que ella se disculpaba por el malentendido.

— Vamos, bienvenidos, soy la primer general Aiko, un placer conocerlos— los analizó con la mirada, antes de dejarlos retirarse, les advirtió—. Soldados, deben saber que cualquier deshonra en mi ejército será severamente castigada, como les sucedió a ellos — apuntó detrás de sí. Un aura de tensión se instaló en todos los nuevos, sobretodo por la expresión seria que la mujer les había dado.

Sin perder más tiempo, Aiko encadenó y amarró con las restricciones del dragón a los soldados traidores, siendo que cuando recobraron la conciencia no se podían mover ni un milímetro y apenas lograban respirar.
La piedad era algo común en aquella general quién no gozaba con la muerte y la sangre, pero no por eso no dejaba de ser mortal provocar su furia o un enfrentamiento directo.

Miró el corte que había hecho el joven dragón en la tela de la tienda para escapar, y se preguntó si él había llegado a casa con vida. Lo más que podía hacer por esa magnífica criatura era dejarlo libre o acompañarlo hasta el límite que separaba el Reino de Musutafu con el Reino de los Dragones, pues pasar más allá de las montañas significaba una muerte segura.

•Dominio de Bestia• [Katsuki Bakugo × OC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora