Tejado de vidrio.

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Mientras realizo el lavado de manos no puedo dejar de pensar en lo ocurrido ayer en la noche. La mirada de Zachary mientras me decía que quería lastimarme, dañarme y, por sobre todo... cogerme hasta saciarse para después matarme. Yo...yo simplemente no podía conciliar el sueño con todas esas cosas en mi cabeza, tuve que ir a la habitación de mi madre y sacarle un par de pastillas para dormir para poder cerrar los ojos.

No puedo entender que es lo que está sucediendo. No comprendo lo que sucede con él, conmigo, ni todo lo que esto quiere decir. ¿Por qué Zachary vino a ver mi discurso si después pensaba irse como si nada? ¿Cuál era el punto sí ni siquiera pensaba hablarme? no tiene sentido, y todo lo que ocurrió después tampoco. Nosotros estábamos completamente sumidos el uno en el otro, besándonos de una manera que no puedo ni comprender y de pronto, el parecía tenerme un odio tan profundo que calo hasta mis huesos.

—Doctora, su delantal. —menciona la instrumentista a mi lado que me ayuda a prepararme para mi primera cirugía, oportunidad que me ha sido concedida gracias al titular de trauma. No es una operación que considere de las más anheladas por mí, pero es mi primera y por eso debo dar lo mejor.

Este es un comienzo.

Alzo mis manos frente a mi pecho para que la chica me coloque el delantal, lo hace con mucho cuidado y luego se ubica detrás de mí para anudarme tanto la parte de arriba como la de abajo. Una vez hecho toma un guante quirúrgico por la parte exterior de la manga y lo abre para que coloque mi mano dentro, hace lo mismo con el otro y, una vez puestos, termino de acomodarlos sobre mis dedos.

—Ya está lista, doctora. —dice y asiento con mi cabeza pasando por su lado, dirigiéndome hacia la sala de pabellón donde ya se encuentra el señor George recostado sobre la camilla.

Los demás cirujanos también salen de la zona de lavabo tras de mí y nos acercamos todos al paciente.

—Por favor, prométanme que todo saldrá bien, soy muy cobarde con estas cosas. —nos hace saber el señor George con una expresión claramente afligida y el titular que encabeza está cirugía, el jefe de trauma, se aproxima a su rostro hablándole en un tono apacible.

—Usted puede estar tranquilo George, créame, está en muy buenas manos. —le asegura con un aire bastante sereno. Imagino que ha hecho esto muchas veces.

—¿Me dolerá?

El cirujano niega con la cabeza.

—Usted estará anestesiado, no podrá sentir nada. Tranquilo, le aseguro que no tiene nada que temer. —promete transmitiéndole seguridad con la mirada. El señor George parece reflexionarlo por unos segundos, enfoca su mirada en la camilla mientras presiona sus labios el uno con el otro.

—De acuerdo. —pronuncia de repente mostrándose levemente decidido.

—Bueno, al parecer ya está todo está listo, podemos comenzar. —informa el cirujano fijando su vista en la anestesióloga, la cual no tarda en inyectar la anestesia a través de la intravenosa conectada al cuerpo del temeroso paciente.

—Cuente hasta diez, George. —le pide el titular y este comienza a hacerlo todavía con algo de inseguridad en la voz. Su tono se siente cada vez más suave y débil, pero, después de un rato, ya está completamente dormido. —Bien, podemos proseguir. —informa dirigiéndose a la instrumentista, la cual de inmediato le hace entrega de los materiales quirúrgicos.

Mi vista queda clavada en la bandeja que contiene los instrumentos con los que se abrirá la piel al señor George y puedo sentir cómo mi corazón comienza a palpitar con frenesí. No puedo controlarlo, no cuando la persona que yace recostada frente a mí se vuelve un envase perfecto de admirar, un envase lleno de incertidumbre, de preguntas, respuestas y escenarios que desde ya puedo sentir en mi carne.

MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora