Encuentro.

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Abro mis ojos y todo lo que veo es oscuridad... Una densa y abismante... oscuridad. Miro hacia todas partes pero no diviso ningún rayo de luz, solo hay negro y más negro. Es extraño, se supone que debería poder ver algo, la luz que entra por mi ventana siempre ilumina mi cuarto. Quizás se cortó la luz a modo general y por eso tampoco hay iluminación en la calle.

Apoyo mis manos sobre la dura superficie en la que descansa mi cuerpo para ir a la habitación de mi madre y—

Espera, ¿dura?

Pero si mi cama no es... dura.

Tanteo el lugar en donde estoy sentada y me alarmo al darme cuenta de que no estoy sobre mi colchón, estoy sobre el suelo, sobre el duro y frío suelo y no entiendo porque, ¿me habré caído de la cama? Toco hacia mis lados para encontrarla, pero no siento nada.

—¿Mamá? —preguntó alzando mi voz hacía su habitación que está frente a la mía, siempre me escucha, es de sueño liviano. Me quedo callada unos instantes esperando a que me responda, pero no lo hace. —¿Mamá, estas ahí? —vuelvo a preguntarle, pero nuevamente no me responde y se me hace raro. En especial porque...ahora que me doy cuenta no puedo oír ningún sonido aparte del mi respiración. —¡Mamá! ¿Me oyes? —exclamo más fuerte pero nuevamente un rotundo silencio es lo único que recibo como respuesta.

De repente un intenso escalofrío me recorre de pies a cabeza y un mal presentimiento se instala en mi corazón, se acelera y me hace sentir abrumada. Es como si mi cuerpo quisiera advertirme que algo está mal, que algo está ocurriendo.

Me quedo quieta y contengo mi aliento para percibir mejor mi alrededor, esperando a oír algún sonido que debido al desconcierto haya pasado por alto. Mi pecho sube y baja con fuerza mientras intento concentrarme y siento mi boca más que seca, pero nada, no oigo absolutamente nada. Ni el ladrido de los perros de todas las noches ni tampoco el rugir de los autos que tanto detesto. No puedo percibir nada aparte de mi agitación y mi latir y comienzo a asustarme, el lugar en donde vivo es muy bullicioso, un silencio como este es imposible.

Apoyo mis manos a un costado de mí y me levanto del suelo sorprendiéndome al percibir mis extremidades sin fuerza, mis piernas se tambalean y mis brazos se sienten desvanecidos. Estoy mareada y el no poder ver nada concreto solo lo empeora, me hace sentir perdida, sin equilibrio. Quiero caminar pero no me atrevo, no si no puedo ver lo que tengo en frente, me hace dudar.

Así que extiendo lentamente mis brazos a la altura de mi pecho y comienzo a caminar, muy despacio, lento, sintiendo como el temor se inyecta en mis venas. No toco absolutamente nada así que continuó avanzando, paso a paso, con cuidado. La punta de mis dedos choca contra algo duro y retrocedo tan rápido que casi caigo.

—¿Hay alguien... —mi labio tiembla. —Ahí?

Contengo tanto mi respiración que siento que me estallaran los pulmones, mi cuerpo no reacciona y me siento al borde de perder la razón. Pero nuevamente no oigo nada, ninguna voz, ningún ruido. Me armo de valor y vuelvo a caminar hacia al frente, alzando mis manos nuevamente a la altura de mi pecho esperando por tocar esa dureza de nuevo, y sucede, pero esta vez no aparto la mano, deslizó mis dedos sobre la superficie y me doy cuenta de que es una pared. Una simple pared y nada más, pero es de una textura diferente a la de una casa, es más plástica, como la de los autos...

No puede ser.

Tanteo más hacia el costado y me sorprendo al percibir un cambio en la textura, un poco más firme que la anterior, como la de un vidrio. Empuño mi mano y la golpeo un poco percatándome de que efectivamente lo es.

Un furgón o un camión...estoy en un vehículo.

¿Acaso fui...secuestrada?

Eso explicaría porque me siento tan mareada y sin fuerzas, pero no recuerdo nada, no recuerdo absolutamente respecto a un secuestro, pero...ahora que lo pienso, no recuerdo nada de lo que he hecho en estas últimas horas, o días, ¡o semanas! ¡mi cabeza está en blanco! Mi respiración se vuelve un caos y mi pecho se oprime cuando me ahonda la desesperación. Lo único que quiero es gritar y pedir ayuda, remecer este lugar tanto como sea necesario con tal de que alguien me saque de aquí, pero no puedo, no me atrevo, presiento que si lo hago algo malo ocurrirá al instante, que toda esta situación empeorara aún más. Me alejo de la puerta y siento que me estoy ahogando con el propio aire que respiro, ¡el pánico se está apoderando de mí! Necesito calmarme, necesito respirar hondo y verificar si es que realmente estoy encerrada en un furgón, debo saber en dónde estoy.

MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora