Los ojos mas tristes del mundo -PARTE 1.

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—¡Suéltenme! ¡ya hice lo que querían, ahora déjenme ir! —me muevo a todas partes intentando zafarme —¡Suéltenme, debo hablar con su jefe! ¡Tengo que ir con mi madre, ella no puede estar sola! Tienen que, ¡tienen que dejarme ir!

Me sostienen por la espalda y sujetan mis manos con una fuerza que me hace gritar desesperada, una mano tapa mi boca haciéndome callar y no lo dudo, la muerdo, la rabia y el miedo fulminan mi interior, y en instantes, una fuerte bofetada es propinada sobre una de mis mejillas, con una furia que me escuece la piel y gimo por el dolor.

—¡Oye! ¿Qué esperas? ¡apresúrate y sédala! —exige el hombre en mis espaldas, su aliento acuchilla mi oído. Desespero, no pueden volver a sedarme, no puedo permitirlo, si lo hacen no podré irme de aquí y ni siquiera sabré que fue de mí. Tengo que llegar a casa, no puedo seguir más tiempo desaparecida. —¡Apura! —escucho en mi oído y gimo sin parar, atemorizada, desesperada, ¡no quiero esto! Me remezo tan fuerte como puedo, pero es inútil, no hay forma de escapar, estoy atrapada en medio de músculos que parecen murallas, soy nada al lado de esto, mi fuerza no es...suficiente —Sera mejor que descanse doctorcita, el jefe no puede tratar con usted en este momento...—oigo susurrar y siento la aguja entrar en mi brazo, la misma sensación que me trajo aquí, la misma por la que caí.

Percibo la frialdad del líquido dispersándose a través de mis venas y me alarmo, todo en mí se exalta y grito con todas mis fuerzas aun con las manos del hombre cubriéndome la boca, el miedo hace trizas mi corazón y entonces, de pronto, me siento volverme una muñeca de trapo, tan escuálida y quebradiza que mis brazos caen en mis costados y ya no puedo volver a alzarlos, ni siquiera un poco, me vuelvo frágil, mi boca se seca, me siento incapaz de siquiera modular una sílaba y es como si hasta el sonido me abandonará, no oigo nada, solo un eco muy lejos a la distancia. Mis ojos comienzan a cerrarse de forma inevitable, es como si me pesaran los parpados, la vida, todo se vuelve tan...sombrío. Siento que me deshago, que me derrito como si no tuviera forma.

Mi vista se vuelve borrosa y oscura, pero...a través de una pequeña ventana que se niega a cerrarse, puedo notar los rostros de lo demás doctores viéndome preocupados, afligidos, como si les doliera verme desvanecer. Aun así, no se acercan, no me ayudan.

Mis piernas se debilitan por completo, es como si perdieran sus huesos, no las siento y soy consciente de la forma en que comienzo a caer, en cómo me tambaleo de un lado a otro como una delgada y vacía hoja de papel, sin nada que pueda impedir mi descenso. Todo se nubla y de pronto siento mis rodillas contra el piso, mi tórax se va hacia adelante y sé que mi cabeza se estrellara contra el suelo. Pero justo antes de que suceda siento el cuerpo de dos personas sostenerme, uno a cada lado y asumo que son los mismos hombres que me hicieron esto, tienen ese mismo olor a muerte. Si...sé cómo es, gente ha muerto frente a mí, entre mis manos, y he visto sus ojos, ojos sin vida.

Quiero alzar mi cabeza para ver a quienes me llevan arrastrando como un pedazo de tela desmarañado, cuando me siento piel y sangre nada más, pero no puedo, mi cabeza tiene el peso de un ladrillo, ni siquiera la siento parte de mí. Así que lo único que puedo contemplar es como mis pies son arrastrados a ras del suelo...

—No....—mascullo con el pecho punzando en una mezcla de dolor y miedo, mis ojos están a punto de cerrarse por completo y no puedo hacer nada para evitarlo, me exaspero, me falta el aire. —No, por favor deténganse, alejase de mí, aléjense...—todo se vuelve negro.

Completa y absolutamente negro.

—¡No! —abro mis ojos y me encuentro con un techo, el techo de una...habitación.

Me siento de inmediato y miro desesperada hacia todas partes. Mi pecho pareciera estar a punto de estallar y tengo el cuello y las manos sudorosas. Trago saliva y mis ojos sufren una especie de golpe cuando se encuentran con un enorme cuadro con la imagen de él...de ese monstruo en la pared a mi lado derecho. De ese sádico hombre, de ese inhumano, de la maldita razón por la que estoy aquí, y junto a él sale su esposa, sujetándose a su brazo con esa expresión entre apacible y atemorizada de siempre, con la zona de su cuello tan tensa y estirada que pareciera estar esforzándose por poner una expresión como esa.

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