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Entro en el edificio sintiéndome inconteniblemente, malditamente feliz. Camino hacia el ascensor y cuando llego a este presiono el botón de arriba con una sonrisa efervescente en los labios, no puedo evitarlo, estoy burbujeando en felicidad. Millones y millones de partículas explotan dentro de mí una y otra vez solo por esta increíble felicidad.

Todo está saliendo como yo quiero.

Las compuertas se abren y me subo en el ascensor directo hacia el último piso. Inspiró fuertemente percibiendo como este regocijante aire inunda mis pulmones y en un minuto ya estoy en lo más alto de uno de los edificios más antiguos de la capital.

Camino por el pasillo hacia el final y cuando estoy frente a mi oficina deslizo mi tarjeta por el identificador de la puerta, la cual no tarde en abrirse ante mí.

—¡Buenas tardes, Ross! —exclamo en cuanto cruzo la entrada fijándome en la chica que viste nuevamente su traje de sirvienta erótica. —¿Me extrañaste? ¿Fue una larga tarde sin mí?

—Como siempre, señor. —responde en ese tono inexpresivo aproximándose a mí con una taza de café recién servida.

—¿Y bien? Dime, ¿Que tal estuvo tu día? —pregunto dándole un sorbo al líquido caliente. —¿Hiciste lo que te pedí?

—Si, la información sobre los diamantes de la familia Rocuzzo ya se encuentra archivada y resguardada. Como siempre, lo hice todo tal y como usted me lo indico. —informa seriamente y posicionó mis dedos bajo su barbilla.

—Me encanta cuando hablas así, tan segura, implacable, ¿Ya te he dicho cuánto me pone está actitud tuya? —pregunto intentando permanecer serio, pero no consigo contener la risa. —Lo siento, lo siento, es que, ¿puedes creer que esto es lo que dicen los hombres de hoy en día para cortejar? ¡Menuda idiotez! —me agarro el estómago cuando no puedo dejar de pensar en todas las frasecitas desvergonzadas que he escuchado. —¿No crees que es muy chistoso, Rose?

—Sin duda lo es. —contesta viéndome fijamente. —Señor G...—murmura de pronto.

—¿Eh? Dime. —intento recomponerme.

—Huele a remedios.

—¿En serio? —olfateo mi chaqueta. —No me había dado cuenta. Últimamente paso tanto tiempo en medio de antibióticos y personas enfermas que ya ni noto cuando huelo así. ¿Es extraño, no crees?

—Si...

—Tomare una ducha.

—Ah, señor, no olvide que Sargento viene en camino hacia acá con Rocky, quedó en verlo hoy. —me recuerda, haciéndome sentir entusiasmado de inmediato, no sé cómo pude olvidarlo, estoy tan absorto en mi felicidad que ni siquiera recuerdo las cosas importantes, ¡a mi querido Rocky!

—¡Es verdad! Entonces será mejor que me duche lo antes posible. —inquiero quitándome toda la ropa frente a ella, excepto mi ropa interior. —Avísame cuando lleguen, dejaré la puerta del baño abierta para que entres a dejarme ropa limpia.

—De acuerdo, señor.

—Y por favor, pone a lavar todo esto. —pido señalando las prendas sobre el suelo. — No quiero nada que huela a botiquín de emergencias cerca de mí. Ya tengo suficiente con tener que respirar el olor a ese hospital todos los días, además, ¿Hoy es un día especial, verdad?

Asiente con su cabeza, cerrando sus ojos levemente.

—Si.

—En cuanto termine mi baño iremos a visitarla, por el momento, reúne las cosas que quiero llevarle como presentes. —le indico el escritorio dónde está mi laptop. —Pero ten cuidado, no olvides que hay muchas cosas de valor.

MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora