Día 20: Agarre de manos.

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El día de la redada había llegado.

Llevaban meses planeando aquel operativo en conjunto con la LSSD y el FBI. Finalmente acabarían con los verdes.

Aproximadamente 10 patrullas comenzaron a entrar en la zona, junto con dos blindados y el auto en el que llegaba el agente del FBI.

Múltiples agentes comenzaron a bajar, apuntando con carabinas especiales hacia todas las casas y edificios que se encontraban alrededor.

El agente del FBI bajó junto con el comisario del mismo vehículo; ambos se habían equipado en la sede del FBI, por lo que llegaron juntos.

Horacio llevaba el chaleco antibalas por debajo de su clásica playera negra con la chaqueta azul de letras amarillas por encima, junto con un pantalón de cargo negro. Llevaba una pistolera en la pierna, en donde tenía el arma reglamentaria, y una carabina especial colgando en la espalda.

El comisario llevaba también el chaleco por debajo de la ropa, en este caso, una camisa en color verde grisáceo claro, con las mangas dobladas hasta el antebrazo, unos pantalones de pinza negros y sus clásicos guantes negros que dejaban al descubierto las puntas de los dedos, al igual que Horacio, llevaba la carabina en la espalda.

Ambos llevaban pasamontañas en color negro, ocultando sus rostros.

Bajaron las carabinas de sus espaldas, poniéndolas en posición para apuntar, uniéndose al tiroteo que había comenzado ya. Se ocultaron detrás de uno de los blindados, disparando a los del bando contrario que se atravesaban por su vista.

Todos sabían el increíble dúo que formaban, por lo que no cuestionaron cuando dieron la orden al resto de agentes de protegerse entre ellos y no preocuparse por ambos federales.

Comenzaron a avanzar, adentrándose más en el barrio, había agentes dentro de los blindados moviéndolos mientras el resto se cubría detrás de los mismos.

Una vez posicionados justo enfrente de la casa que utilizaban como sede, el tiroteo continuó, abatiendo a cada uno de los verdes que veían aparecer.

Varios agentes caían abatidos, algunos heridos simplemente sobre el chaleco y algunos otros con disparos en los brazos o piernas. Pronto todo acabaría y podrían solicitar la atención médica.

Los agentes no disparaban a matar, pues necesitaban interrogar a tantos miembros como les sea posible para poder obtener información sobre algunas otras bandas u organizaciones.

Creían que la zona ya estaba despejada, por lo que, lentamente, ambos federales comenzaron a adentrarse en la casa mientras el resto de la malla transportaba a los heridos hasta el hospital; aún no estaban seguros de que la zona fuera del todo segura, por lo que prefirieron no llevar ahí a los EMS.

Al notar las primeras habitaciones de la casa despejada, recorrieron el resto un poco más tranquilos. Tras asegurarse que la construcción se encontraba vacía, salieron con calma, listos para dirigirse al vehículo y partir hacia la sede del FBI, a donde llevarían a los verdes que hubieran sido ya atendidos.

Soltaron un suspiro, comenzando a avanzar hacia el auto negro en el que habían llegado.
Los pasos se frenaron de repente.
Un cuerpo cayó al suelo.

No notaron a uno de los tiradores, quien se había mantenido oculto esperando a que todos abandonen la zona para huir. Se vió en la oportunidad perfecta cuando ambos agentes quedaron solos en aquél sitio.

Apuntó directamente al más alto, pues era el más visible desde donde él apuntaba. Preparó el arma, quitándole el seguro justo antes de presionar firmemente el gatillo.

La bala viajó desde el cañón del arma, aterrizando justo en el costado del agente, en una zona donde el chaleco no cubría. Cayó casi instantáneamente al suelo, haciendo un sonido sordo al chocar su peso contra el pavimento.

El de chaqueta azul reaccionó rápidamente al escuchar el sonido de la bala, abatiendo al tirador, para justo después caer en cuenta del cuerpo sangrante del comisario que se encontraba a sus pies.

Se inclinó, sintiendo su corazón detenerse, tomando rápidamente el pulso de éste sólo para darse cuenta de lo leve que era. Lo tomó rápidamente entre sus brazos, mientras por su mente pasaban todas aquellas imágenes del fatídico día.

Las lágrimas salieron sin permiso de sus ojos, humedeciendo el pasamontañas. Subió al comisario en el lado del copiloto, poniéndole lo más rápido posible el cinturón, dando la vuelta para subirse ahora del lado del conductor.

Escuchaba la respiración forzada del ruso, junto con una ligera tos que aparecía de vez en cuando.

—Horacio. — escuchó la ronca voz, esforzándose por salir.

—No hables, Volkov. Ya estamos llegando. — puso más presión en el acelerador, cuando sintió una mano posicionarse sobre la suya en la palanca.

Los sangrientos dedos que sobresalían del guante comenzaron a entrelazarse con los morenos, suavemente, manchando éstos de sangre también.

—Solntse... — habló casi en un susurro.

—Vik no, por favor, no — las lágrimas salían sin control, la voz cada vez denotaba más desesperación, y aquellos dedos entrelazados con los suyos sólo le indicaban el mensaje que no quería aceptar.

—Te amo... solntse... — una ligera tos resonó después de esas palabras.

—Resiste, por favor... — sonaba ya como una súplica, la voz chillona, intentando no quebrarse. — No me dejes — no aguantaría — no otra vez. — tomó rápidamente la mano del ruso entre sus dos manos — quédate conmigo — sentía que su corazón se escaparía por su garganta en cualquier momento, el vacío en su estómago comenzó a incrementar y el nudo en su garganta se hacía cada vez peor.

Sentía al ruso presionar ligeramente una de sus manos, pues había regresado la otra al volante.

La ligera presión comenzó a deshacerse, liberando poco a poco la mano del moreno, deslizándose de ésta.

Su visión terminó de oscurecerse, sus labios formaban una ligera sonrisa y una lágrima se había deslizado por su mejilla.

La mano cayó contra el asiento.

Las respiraciones forzosas se detuvieron.

La ligera tos dejó de resonar.

Su corazón dejó de latir.

ValentineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora