12. Invertir

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Invertir

Bree

Zephyr me tiene al asecho. Me está estudiando como si él fuera un gato y yo, el ratón.

Zephyr tiene intenciones de matarme.

Lo lleva disimulando muy bien, adornando su rostro con una de sus mejores sonrisas desde que comenzó la tarde y se enteró que Flora se nos uniría.

Después de haber recorrido los tres pisos del centro comercial y entrado a las tiendas en las que intuíamos que podíamos conseguir lo necesario para la decoración del baile y anotar cuando dinero necesitaríamos pedirle a Lyla para volver otro día a comprar todo, los cuatro, encabezados por mi mejor amiga, volvimos a subir y bajar escaleras con el solo fin de que ella y yo – más ella que yo – gastáramos parte de nuestros ahorros en lo que quisiéramos. Pasados los minutos de indecisiones y pagos, salimos de allí y cruzamos la avenida para ir a la heladería; podríamos habernos quedado en el shopping, pero ya estábamos en la primera planta y nadie tenía energías como para volver a subir a la tercera a buscar los postres helados.

Ahora estamos en la fila para pedir unos cucuruchos y temo por que sean mis últimos minutos con vida. Parados, aguardando por el turno, estamos Zeph y yo. Mi hermana y Sunny se quedaron afuera ocupando una de las mesas, también pintándose las uñas con el esmalte rosa chillón que la rubia compró, porque ninguna de las dos se caracteriza de ser paciente y esperar a llegar a casa para hacerlo.

Yo tampoco lo soy, lo admito, pero me sé controlar cuando la ocasión lo amerita.

—Ya nos van a atender — Zeph ríe y sé porque lo hace: mi pie no ha dejado de golpear contra el suelo desde que entramos. Esa es mi impaciencia haciendo presencia.

—Lo siento — me calmo. — También perdón por haber traído a Flora. Ella...

—No pasa nada — me interrumpe, haciendo un gesto con su mano, y avanzamos unos pasos. —: no molesta en lo absoluto.

—¿Estás seguro? — pregunto elevando una de mis cejas.

—S-sí — responde algo titubeante. Es eso lo que me hace dudar de que sus palabras no estén siendo completamente sinceras y que esté escondiendo sus verdaderos pensamientos con el solo fin de verme satisfecha, porque yo no quiero que sea así.

Ahora que somos amigos, porque así es como lo veo, quiero que me diga la verdad. No me vale que me mienta diciéndome lo que quiero escuchar para que me quede feliz, conforme, relajada o lo que sea. Yo quiero que por mis oídos se cuele la verdad y nada más que la más pura. Incluso si ésta es la más dolorosa, quiero oírla.

—No te veo seguro — apunto, moviéndome al frente de él cuando los desconocidos de adelante llegan al mostrador. Los siguientes somos nosotros, pero no lo dejaré comprar hasta que hable. Cruzo mis brazos y arqueo mis ambas cejas para presionarlo, y él se tensiona. — ¿Vas a responder? — inquiero, encarándolo.

Se queda mudo y siento que los roles han cambiado.

Ahora yo soy el gato y él, el ratón.

Con esa idea quiero reír, pero a la vez mantener mi faceta seria e intimidatoria. No lo escondo: reprimo mi risa apretando mis labios y desvío mi mirada, y puedo notar como Zeph me observa algo asustado, alejándose un tantín de mí.

—Me das miedo — murmura, y ya no puedo más: rio a carcajadas y todos dentro del local nos miran.

Y el rostro de Zeph se tiñe de colorado de la vergüenza. 

Por él, por esa reacción, compraré el helado de fresa por sobre crema del cielo, mi favorito.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora