49. Temo desear; parte II

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Esta es la segunda parte del capítulo. La primera parte ya está subida; ve si aún no lo has hecho (porque no entenderás nada).

***

Temo desear; parte II

Bree

—No... no puedo ir ahí. No puedo. No puedo. No puedo.

Se revuelve inquieto y se desespera aún más de lo que ya está. Trato de no alterarme y con paciencia lo ayudo a serenarse: inhalamos despacio por la nariz, contenemos el aire en nuestros pulmones y exhalamos al mismo tiempo. Así, poco a poco, Zeph deja la tensión de lado.

—¿Cómo te sientes?

­—A-algo más tranquilo.

El silencio se une a nosotros y nos hace compañía por lo que parece ser un largo rato junto con la brisa fría y el cielo cargado de nubes.

—Ven, afuera te recuperarás mejor.

Empujo la puerta y la trabo con uno de mis pies para que no vuelva a cerrarse, y siendo cuidadosa lo tomo de la mano, más bien de sus dedos. Los rozo con suavidad y tiro apenas de él para levantarlo y que me siga por detrás, pero solo da un paso y vuelve a detenerse. Me volteo a verlo en busca de un indicio que me diga que le ocurre y lo que encuentro es una mezcla de desesperación, susto y terror apoderarse de su cuerpo, su alma, su ser. De todo él. De todo Zeph.

—Bree... no puedo — admite en balbuceos, con sus labios temblando. —. No puedo... no puedo estar a-ahí — traga y puedo notar como sus ojos viajan de un lado al otro de la terraza y también de arriba abajo, del cielo a la punta de sus zapatillas. —. Es... es más de tres pisos... la altura... no hay barandas que prevengan una posible caída... son muchos metros, nosotros... nosotros no... no sobrevivi...

—¿Le temes a las alturas? — interrumpo, haciendo mi pregunta en susurros para que se olvide de todos los pensamientos intrusivos que expone en voz alta y se centre en mi voz. O en mí.

Creo que lo logro cuando su boca queda abierta sin decir más nada y su mirada se enfoca en mí, o más precisamente en mi mano izquierda, que sigue teniendo un leve contacto con la suya. Tras un instante, vuelve a bajar saliva por su garganta y habla:

—A-algo así — dice y rasca su nuca—. Internet di-dice que se llama acro... acrofobia.

Ahora creo que puedo entenderlo mejor.

—Yo... — me hago de fuerzas y tomo sus ambas manos. Dejo atrás el leve roce que había entre ellas para sujetarlas fuertes y emprender un viaje ya conocido para mí: el de ser valiente. — hasta los catorce sufrí de importante coulrofobia — admito, y doy un paso hacia atrás.

Cierro mis ojos por un instante, esperando que Zeph me siga. Cuando lo hace, cuando percibo que su pie algo temeroso toca la punta de mis zapatillas, subo la vista y el encuentro no tarda en suceder.

Aunque tenga miedo de salir de su escondite, distingo algo de la característica calma que albergan sus ojos que callan a la voz de mis inseguridades, haciéndome más fuerte, más de lo que considero que soy. Por eso continúo caminando en reversa, siguiendo con el plan.

—Muchos me decían que era ridículo temerle a los payasos, los mismo y demás, pero yo no lo consideraba así. Mi miedo era real, me acompañaba a todas partes. Solo mamá lo entendía — comento mientras nos movemos, dejando atrás la parte techada de la terraza para adentrarnos en la oscuridad de la noche. —. Los fines de semana evitaba las plazas, las ferias, los parques de diversiones, los circos... a los circos nunca iba; no fui a uno hasta poco después de cumplir quince, cuando ya llevaba más de un año en psicoterapia tratando este tema — confieso en voz muy baja. —. ¿Sabes? Hablar con ella me ayudó... perdón, me ayuda porque continúo asistiendo a sus consultas: voy una vez cada dos semanas y desde que comencé a ir, me siento mucho mejor al respecto. Ahora, cuando veo algún payaso, consigo controlarme por mí misma a diferencia de antes que dejaba al miedo tomar el mando y carcomerme. ¿Pero sabes qué ayuda también, además de un profesional? Afrontarlo, no evadirlo. Si siempre te esfuerzas en esquivar las situaciones en donde sabes que se presentará, indirectamente le estarás dando la batalla por ganada y no debe ser así. Tienes que poner el cuerpo y vencerlo por ti mismo porque eres capaz, porque puedes, solo que el miedo te tiene cegado. Tanto el temor como el amor nos vuelven ciegos y no nos dejan ver la realidad, esa que, en este caso, te muestra que eres lo suficientemente fuerte para enfrentar a tus miedos y ganarles.

Cuando llegamos a un espacio de la terraza que está a unos cuantos metros de la salida y alejado de los límites que pueden acabar con nosotros cayendo al medio de la calle, deshago lentamente nuestro agarre. Mis yemas se deslizan por su piel en un roce casi imperceptible para él, pero que aviva muchas sensaciones en mí, volviéndolas más fuertes. Siento a mis pelos ponerse de punta debajo de las varias capas de ropa que llevo puesta, a mis piernas debilitarse y a mi corazón acelerarse como si estuviera corriendo a gran velocidad.

Sin embargo, el hechizo se corta.

Apenas me separo de Zeph, se desvanece. Desaparece. Y me da miedo pensar que ya no volveré a sentirla.

¿Será demasiado desear que esa magia no se marche nunca? Ojalá alguna estrella se dejara ver, o pasara alguna fugaz, porque tengo la urgencia de pedir unos cuantos deseos, y varios de ellos no pueden pasar de esta noche.

¿Será demasiado desear que esa magia no se marche nunca? Ojalá alguna estrella se dejara ver, o pasara alguna fugaz, porque tengo la urgencia de pedir unos cuantos deseos, y varios de ellos no pueden pasar de esta noche

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