38. Reconstrucción

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Reconstrucción

Bree

Pese a que llovía y las temperaturas eran bajas, igualmente salimos con Flora al centro comercial. Recorrimos los tres pisos sin ir en busca de nada en concreto, entrando solo a los locales que llamaban nuestra atención o sentíamos curiosidad por ver.

No me animó. Tampoco lo hizo el helado que compramos de pasada antes de regresar al departamento. Lo único que logró que sonriera apenas fue encontrarme con mamá en casa a la vuelta, cuando se suponía que ella no llegaría hasta por la medianoche. Entre los chillidos de Flo nos comentó que se quedaría con nosotras hasta inicios de la semana, retomando su trabajo en el hospital recién el lunes por la noche o martes por la madrugada, cuando su compañera la llamara.

Una pequeña alegría entre toda la tristeza en la que estoy sumergida.

Mamá me comenta sobre unos asuntos que debemos resolver en estos meses, que tienen que ver con la carta de aceptación que me llegó a mitad de semana, y yo asiento en piloto automático, escuchando y entendiendo sus palabras, pero sin acotar nada, sin decir ni un comentario. Con ese superpoder de madre que viene instalado en ella como si fuera un chip, se da cuenta al instante que algo no anda bien conmigo por mi desánimo al no decir ni mu en la conversación cuando lo mío es parlotear como cotorra; tal vez fui ese animal en otra vida, pero parece que desde ayer un ratón me comió, no solo la lengua, sino el alma.

No tengo ganas de nada. Ella lo capta enseguida y me permite que vaya a la cama sin cenar.

Me despido con un abrazo y camino arrastrando mis pies hasta que llego al cuarto. Me coloco el pijama e ingreso bajo mis cobijas, abrigándome con ellas, y no dejo de pensar en lo que sucedió a la salida de mi clase de Portugués mientras miro como las gotas de agua se deslizan por el cristal de mi ventana, como también lo hacen unas lagrimillas por mis mejillas unos minutos después. Pero no puedo permitir que lo hagan por mucho tiempo porque oigo como suena el timbre del departamento y después de él, una voz conocida.

—¡Hola mamá Kat!

No tardo en pasar los dedos por mi cara, calzarme las pantuflas y salir de la habitación con una manta sobre mi espalda.

—¿Qué haces aquí? — consulto mientras veo como levanta y carga a upa a Flora. Mamá se gira.

—Mis padres no me permiten quedarme sola en casa mientras ellos se van a un evento del trabajo, por lo que me trajeron hasta aquí — contesta Sunny. —. Saben que no haré ninguna locura si estoy al cuidado de mamá Kat — ríe y mi hermanastra hace lo mismo. — No molesto, ¿verdad?

—Para nada — es mi madre la que habla y deja que entre a nuestro pequeño techo —. Íbamos a cenar, ¿te unes? — desde el pasillito, veo como la rubia asiente con su cabeza —. Perfecto. Si quieres, puedes ir dejando tus cosas en el cuarto de Bree mientras Flo y yo ponemos la mesa.

Mamá y Sunny se sonríen antes de que mi mejor amiga venga a mí y ambas pasemos por la puerta, quedándonos solas en las cuatro paredes de mi propiedad.

—No estás bien — afirma una vez que termina de extender su bolsa de dormir al lado de mi cama y se sienta como indio sobre ella, levantando un poco su cuello para verme desde abajo. Me quedo en silencio y no respondo nada. Ella, con calma, vuelve a hablar. —. La verdad es que no entiendo qué fue lo que pasó entre Zephyr y tú ayer como para que apagaras tu celular desde que saliste de clases y ni siquiera hayas atinado a prenderlo. Sé que esa es señal de que no estás solo mal, sino muy mal, y lo veo. Lo único que quiero hacer es ayudarte. Quiero saber qué hacer para darte una mano y hacerte sentir bien, para volver a ver a la Breena sonriente de siempre... si me lo permites, claro. Y si no quieres decírmelo, estará bien. Yo estaré acompañándote en silencio hasta que vuelvas a estar bien.

Lo que dice hace que mi corazón ya no se sienta tan triste y se atreva, con algo de pudor, a tomar una pieza del suelo para iniciar su reconstrucción.

Levemente sonrío. Y tomo una bocanada de aire. Y me abro a contarle porque me siento tan mal y vacía desde que Zeph me gritó en el corredor.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora