19. Opuestos

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Opuestos

Zeph

Salgo de mi última clase, bajo las escaleras y no hago el camino de siempre. En vez de salir de esta prisión escolar, mis pies se dirigen a otro sector que no es, precisamente, el mundo exterior.

Abro las puertas dobles y para mi lamento y hambruna, no son las de la cafetería, sino las del gimnasio. Escucho el rechinar de varios pares de zapatillas mientras avanzo a las pequeñas tribunas móviles que rodean el perímetro en donde mi hermana y sus compañeras de equipo entrenan para el partido del sábado. Subo las escalinatas y me siento allí.

Dejo mi mochila a un lado, levanto la cabeza y estiro mi cuello, tratando de identificar a Naia entre tantas cabelleras. No tardo en hacerlo. Es la única entre las quince de la plantilla que lleva mechas de color celeste como sus ojos, iguales a los míos, en su cabello castaño, también como el mío.

A primera vista, los que no nos conoces suelen considerarnos y creernos mellizos por las similitudes físicas que compartimos, pero no lo somos. Yo la supero en edad por casi un año; con exactitud, soy diez meses y cinco días mayor a ella.

Y como a la vista somos dos gotas de agua, en personalidad somos agua y aceite. Vinagre y aceite. Positivo y negativo. Verano e invierno. Norte y sur. Blanco y negro.

Polos completamente opuestos.

Observo como las muchachas, divididas en dos equipos, corren de un lado a otro de la cancha y puedo intuir que no falta mucho para que terminen por esta tarde porque la entrenadora no deja de ver el reloj de su muñeca. Decido ocupar ese tiempo en usar mi teléfono; apenas lo tomo, oyo un pitido y también siento una vibración. Por obviedad, la segunda fue de parte de mi aparato táctil.

«¿Están libres el jueves por la tarde? –B»

—Ulalá, mi hermano está solicitado — Naia está delante de mí, pero no alcanzo a responderle porque otra voz la llama. — Dime.

Me desconecto de la conversación de la vida real para sumergirme en la virtual y responder al mensaje de Breena. Sé que la primera termina antes de que yo pulse el botón de enviar, por lo que alzo mi mirada a mi clon versión femenina y la veo sonreír de lado. Arqueo una ceja confuso; ella nunca lo hace a menos que sea una cargada de malicia, pero ésta refleja... ¿ternura? ¿ansias? ¿emoción?, no sé cómo describirla.

—¿Qué pasó?

Su respuesta me vuelve a confirmar lo que ya sabía: que somos completamente opuestos, porque uno – yo – es cobarde, mientras el otro – ella – tiene la valentía suficiente para arriesgarse a lo que sea.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora