37. Perdón

126 33 2
                                    


Perdón

Zeph

Las nuevas gotas de lluvia se deslizan hasta que llegan al final del paraguas que cubre mi cabeza y caen en las baldosas continuas a la que me encuentro parado, esperando a que llegue el bus y me lleve al otro lado de la ciudad. Después del auto que pasa a toda velocidad, levantando parte del agua que hay en la calle, mojándome todas las zapatillas de tela, lo veo llegar.

Cierro mi protector de lluvia, pago la tarifa y me siento en uno de los primeros asientos para estar más cerca de la salida.

Antes de sacar mi celular de mi bolsillo, volteo por sobre mis hombros a ver cuánta gente está viajando y puede ser algún presunto delincuentes. Con la inseguridad de hoy, respiro cuando identifico a dos ancianas tejiendo en el final del colectivo, a una chica embarazada durmiendo contra la ventanilla y a un hombre de traje con un bebé en brazos. Suena a prejuicio, pero ninguno tiene cara de andar robando por la ciudad, por lo que me arriesgo a sacar el teléfono y buscar la dirección que tengo guardada en el chat.

Chequeo las calles. Me doy cuenta que aún me quedan unas cuantas, por lo que me pongo a repasar mentalmente lo que voy a decirle cuando me abra la puerta, si es el que lo hace. En ese escenario, le pediré hablar; si acepta, me disculparé por haberle gritado ayer en el pasillo y le explicaré lo que me estaba pasando y porque fue que reaccioné así con ella, que no tenía nada que ver. En el peor de los casos, en el que no quiera atenderme, me volveré a casa, pero trataré de hacerle llegar mi pedido de perdón por algún medio.

No era mi intención hacerla sentir mal.

Todavía no entiendo porque reaccionó de esa manera cuando le grité. Por un momento, parecía que no podía mantenerse de pie y temblaba mucho, pero instantáneamente después sus piernas dejaron de ser de gelatina y salió corriendo del instituto, dejándonos a mí y a la rubia en el corredor, solos, sin decirnos ni una palabra.

Bajo del transporte público una vez que llego a la parada que me corresponde y camino las dos calles que me separan de mi destino: el edificio en donde vive Breena. Hago un circuito esquiva-charcos durante esos metros, sorteando también a las personas que vienen de frente hasta que llego. Tengo la suerte de que un vecino ingresa, por lo que entro detrás de él y le agradezco inclinando mi cabeza antes de que él se meta en el ascensor y yo me encamine a las escaleras.

Son solo tres pisos los que debo subir, la misma cantidad que hay en la escuela, por lo que no me pesa hacerlos. Dejo peldaños atrás dando saltitos hasta que veo al 3 brillante en la pared y después, a la letra D en la puerta de madera. No me tardo ni dudo: toco el timbre y aguardo.

—¿Hola? — no es Bree la que me abre, sino su madre. Lleva un uniforme celeste con una cruz a su izquierda, el que distingo como el uniforme de los enfermeros del hospital estatal. Sé que ellos tienen turnos largos y retorcidos; no tengo idea si es que acaba de llegar o se está por ir a trabajar, por lo que no le hago perder más tiempo y me apresuro a hablar.

—Hola, soy Zeph, amigo de Bree. ¿Ella está? — consulto, y ella frunce sus labios.

—No. Lo siento, Zeph, salió con su hermana. ¿Quieres que le diga que pasaste? ¿Qué le deje algún mensaje?

—No, está bien. Hablaré con ella cuando la vea en la escuela. Gracias — ladeo mi sonrisa, me despido de ella y vuelvo por sobre mis pasos.

Una vez fuera de la construcción, abro mi paraguas y exhalo con pesadumbre.

Mi pedido de perdón continuará guardado en mi corazón hasta que vuelva a verla.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora