6. Tragamonedas

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Tragamonedas

Bree

Es viernes y todavía no nos hemos puesto con el asunto que nos compete. Quedan cuatro semanas exactas para el baile, tres para que tengamos toda la decoración terminada y menos de una para que armemos un presupuesto y se lo llevemos a Lyla, la presidenta del centro, para que lo apruebe.

Definitivamente estamos en aprietos. Y no yo sola, porque parece que es mi absoluta responsabilidad pilotear el avión, sino los tres: Sunny, Zeph y yo. Hablando de ellos, no volvimos a estar todos juntos desde el mediodía del miércoles, cuando él se nos unió al almuerzo.

Tenemos que encontrar la manera de quedar para organizarnos. Pero es justamente en eso que hay un problema: no coincidimos en clases.

Sunny y yo estamos juntas en cinco de once asignaturas. Y en las que estamos separadas, ninguna está con Zeph. Ni en básicas, ni alternativas, ni talleres ni clubes. Nada.

Ahora vemos lo malo que fue nuestro olvido grupal de no habernos intercambiado nuestros números de teléfono.

Niego con mi cabeza cuando saco mi libro de Portugués, una de las optativas que estoy haciendo este último año. Cierro mi casillero y camino en busca de un snack de la máquina expendedora del primer piso antes de tener que subir al segundo a mi clase para la que, según el reloj que llevo hoy, faltan algo menos de diez minutos.

—Maldita máquina tragamonedas — reniego contra ella, golpeándola con la palma de mi mano a un costado por haberse apropiado de las últimas monedas que me quedaban y no darme el paquete de frituras que seleccioné.

¡Agh! Tengo hambre y no tengo tiempo. Aún tengo que subir casi treinta escalones y hacerme de uno de los asientos en la fila del medio para atender a la clase y no dormirme por inclinar mi cabeza contra la pared.

Bufo, dándome por vencida. A la mierda el dinero y la comida.

Refunfuño mientras comienzo a subir los peldaños en dirección al aula en donde el profesor Souza imparte su clase, pero me detengo y volteo cuando escucho a alguien decir mi nombre a mis espaldas.

—¿Querías esto? — me señala el paquete color amarillo que sostiene con una de sus manos.

—¿Cómo lo conseguiste? — pregunto, acercándome a él. — La maldita máquina no lo quería vomitar.

—La clave es darle tres golpes a la izquierda y dos a la derecha. Después de eso, caerá solo.

Zeph guiña su ojo y me sonríe. Eso último también lo hago yo.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora