9. Esperar

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Esperar

Zeph

Souza agarra el teléfono – el mío – de la mesa de Breena y se lo lleva a su escritorio, secuestrándolo hasta el fin de la clase.

¿Justo ahora tenía que llegar? Mierda. Estaré sin móvil, y sin ayuda del traductor, hasta que suene la campana. También me hará falta la hora a mano para calcular los minutos que falten para acabar Portugués y poder, al fin, salir del instituto y comenzar mi fin de semana.

Después de ver como el profesor deja mi celular apoyado en su escritorio, con la pantalla del lado de abajo, volteo a mi compañera. Ella me mira con una expresión de culpa y modula un «lo siento» que capto a la perfección, a lo que respondo con un encogimiento de hombros. Ni que fuera la gran cosa estar algo más de tres horas sin él.

Miento. Si lo fueron.

Casi me arranco la cabeza de lo difícil que estaba siendo la clase y no estar pudiendo traducir ni un solo renglón de los textos, hasta que uno de los chicos con los que mejor me llevo dentro del instituto me pasó su diccionario. Mientras reviso todo, veo como la cabellera rosada abandona el aula, pero por el reflejo de la puerta noto como se queda en el pasillo, con su espalda apoyada en la pared.

No pierdo tiempo.

Termino con mis actividades y entrego cuando aún queda más de un cuarto de estudiantes en el salón, y salgo. Breena sigue ahí, en el corredor, y muerde con nerviosismo la uña de su dedo índice. Tras escuchar la puerta cerrarse, ella levanta la cabeza; al darse cuenta que soy yo, tarda entre dos y tres pasos en alcanzarme.

—Perdón.

—No pasa nada — le resto importancia para que no se preocupe y se llene de culpa por algo tan insignificante como que el profesor se adueñe de un teléfono por un par de horas con el solo fin de enseñar la "lección" de no distracciones tecnológicas en clase.

—Yo lo recuperaré — me asegura. — Espero que mamá no aparezca...

—Si tienes que irte, ve. Puedo esperar...

—No, no, no — me interrumpe, moviendo el dedo que antes mordisqueaba de un lado a otro —: Fue mi culpa. Tengo que arreglarlo yo.

Es así como ambos nos quedamos aguardando a que nuestros demás compañeros salgan y tras ellos, el profesor Souza. Breena es la primera de los dos en ponerse de pie, intercambiar unas disculpas y un «no volverá a suceder» con él hasta que, convencido, le devuelve mi aparato y se despide de nosotros.

—Gracias — agradezco mientras lo guardo en el bolsillo delantero de mi pantalón para que, esta vez, no me lo quite. — ¿Ahora me dirás para qué lo querías? — curioseo.

Ella suspira y lo admite.

Y yo espero llegar pronto a casa para abofetearme.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora