22. Suerte

153 43 3
                                    


Suerte

Bree

Ayer, después del llamado de Sunny, para mala suerte de Zephyr, estuve en mi mood insoportable y cascarrabias toda la tarde. Incluso así logramos conseguir todo para la decoración del gimnasio. Tras salir del centro comercial, mi compañero me acompañó a dejar la compra en mi casa antes de que ambos nos despidiéramos y tomáramos caminos distintos.

Desde ahí, no volvimos a hablar.

Ahora, tras haber escuchado la campana de fin de la primera jornada e inicio del almuerzo, me dirijo a la cafetería, estando más atenta a mi celular que al pasillo por el que voy caminando, que es lo más parecido a cuando uno se imagina una marea humana. Cuerpos con vida se mueven de un lado a otro como si fuera una corriente, pasan corriendo y se chocan, se apretujan en los umbrales de las puertas para salir o ingresar, y otros se apresuran en cerrar sus casilleros para ir en busca de comida, pero terminan mal: se lastiman con las casillas o sus prendas quedan enganchadas entre las chapas o se atascan en el medio del embotellamiento, sin poder avanzar.

Yo, por suerte, llego mi destino sin accidentarme en el intento, no como los tres chicos que acaban de caerse de cara al piso a consecuencia de los empujones que recibían por detrás en la entrada.

Siento que los planetas están alineados a mi favor cuando veo que mi mesa de siempre está desocupada, no como todas las demás que rebalsan hasta los poros de estudiantes. Haciendo zig-zag la alcanzo, y veo que Zeph ya está ahí, entrándole a uno de los sándwiches de la máquina expendedora.

—¿Está bueno? — consulto después de saludarlo con un «hola» y sentarme al frente de él. El castaño asiente y le da otro mordisco. Tras tragar, me habla.

—¿No comes?

—Buscaré algo en la máquina antes de que comience Portugués — respondo mientras observo por sobre mis hombros la gran fila que hay para conseguir algo de lo que preparan las cocineras por las mañanas. —. Solo traigo monedas — le muestro la palma de mi mano, en donde descansan los cinco discos plateados que saqué de mi mochila al terminar la clase.

—No te alcanzará.

Lo sé.

Pero no llego a decirlo. No llego a decir absolutamente nada porque el movimiento que hace Zeph me deja perpleja de sorpresa, haciendo que los latidos de mi corazón se aceleren por demás y mi alma se emocione.

Nunca nadie, ni siquiera Sunny, hizo algo así por mí.

Le estaré por siempre agradecida.

Y también le agradezco a la vida por poner en mi camino a una persona tan buena y generosa como Zephyr Lake lo es.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora