Capítulo 3

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Se estuvo preguntando por qué había ido tan pronto a cambiar las flores, sin embargo, terminó regañándose a sí mismo por entrometerse tanto.

¿Y si tenía a alguien más allí? ¿Y si sólo había aprovechado para visitarlo? ¿Qué le importaba a él, de todos modos?

De seguro lo habría dejado estar después de ese propio tirón de orejas, pero el chiquillo parecía decidido a no permitirselo.

Volvió al día siguiente, entrando con su abrigo largo negro al igual que la mayoría de su vestuario. Esta vez dio la reverencia más marcada y antes de que pudiera reaccionar, logrando que su saludo saliera en un balbuceo extraño.

Nuevamente no soltó palabra, sólo preparó su ramo de flores, siempre acompañado de ilusiones, y se limitó a entregar el dinero, sus inclinaciones cumpliendo la función de ser saludo, agradecimiento y despedida.

Volvió a desaparecer por la puerta tan rápido como entró, quitándole la oportunidad de intentar investigar algo respecto a las tan constantes visitas. Y se regañó por milesíma vez, pues nada de eso era de su incumbencia y habría sido irrespetuoso si hubiera intentado averiguar sólo para saciar su curiosidad nata.

— Gyunie, ¿quieres algo?

La voz de su abuela le hizo reaccionar, negando con la cabeza con la intención de retomar su concentración por completo.

— Unas galletas estarían bien, halmeoni.

La mayor volvió a desaparecer por el apartado, volviendo no más de noventa segundos después con un plato repleto de dulces caseros.

— El chico rubio ese que salió recién, ¿no vino ayer también?

Beom quiso reír por su desgracia. Con suerte y había logrado alejar sus pensamientos sobre él y ahora su abuela le sacaba el tema. Más suerte no se podía tener.

— Sí, y antes de ayer. Al parecer los funerales fueron ese día y desde entonces viene a diario.

— No lo he escuchado hablar, ¿será mudo?

El castaño no había pensado en ello, sin embargo, apresuró a negar sin palabras.

— Lo dudo. De seguro es que no quiere hablar y ya.

— Puede ser. — ambos continuaron degustando las preparaciones mientras observaban a través de los ventanales, ahora sin hablar.

Pasados unos minutos, distinguieron al misterioso chiquillo bajar las escaleras de piedra, mostrando una increíble serenidad.

— Es extraño, ¿verdad que sí?

Beomgyu desvió la mirada a la última galleta, permitiendo que el rubio siguiera su camino en privacidad y preparándose para responder.

— No creo que sea extraño sentir dolor.

erumpere ⇢ 𝒕𝒂𝒆𝒈𝒚𝒖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora