Capítulo 4

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No sabía qué esperaba de su cuarta visita.

Tal vez se había ilusionado con la reverencia más marcada del día anterior, no obstante eso no aseguraba un saludo hablado para la jornada siguiente.

El rubio nuevamente había entrado y organizado su ramo, mezclando flores de colores con ilusiones y pagando por ellas sin ninguna palabra.

Salió una vez más y se adentró en el cementerio, dejando detrás a un agotado Beomgyu.

A pesar de que no lo conocía, a pesar de que ni siquiera sabía su nombre ni mucho menos su historia, la energía triste y adolorida del muchacho le ardía en su propio pecho de sólo verlo ingresar a la florería y, posteriormente, al cementerio.

Y le agotaba sentirse mal sin justificación alguna.

Se puso de pie en un impulso, no pasados más de treinta segundos desde que la puerta se cerró tras la espalda del misterio vestido de negro. Había algo dentro de sí que le ordenaba, le exigía seguir sus pasos y averiguar lo que sea; a quién le llevaba flores o qué hacía durante su visita, si se permitía llorar o simplemente decoraba la tumba que de seguro aún no se encontraba completamente firme.

Por el contrario, se sentó de nuevo en un golpe brusco, no sintiendo en realidad ningún dolor, tal vez demasiado concentrado en sus pensamientos y cuestionamientos como para percibir algo más.

— Gyunie, ¿podrías llegar más temprano mañana? — volteó a ver a su abuela, quien traía entre sus manos regordetas un lindo tejido en el que avanzaba cada día. — Van a traer nuevas flores, pero necesito ir a comprar algunas cosas y no alcanzo a estar aquí para recibirlas y pagar, ¿crees que puedas hacerlo?

Asintió en silencio. Eso significaba que tendría que ordenar la tienda y tener preparados nuevos recipientes, así como el dinero justo listo para ser entregado.

Como ya comenzaba a acostumbrarse a las personas y la situación completa, no le molestaba demasiado quedarse un par de minutos más o llegar un par de minutos antes. De hecho, a veces sentía que la florería comenzaba a formar gran e importante parte de su vida diaria. No le molestaba, pero sí se le hacía curioso no saber en qué momento había comenzado a sentirse así, tan tranquilo y pacífico en un lugar... Como ese.

No solía comentar nada y prestaba sus mejores caras para no ser malentendido; amaba la florería de su abuela, con todo su corazón. Admiraba enormemente como la mujer, de ya avanzados años, había logrado organizar un local tan bonito en un espacio pequeño y, por concepto, sombrío. Era una energía completamente distinta la que se sentía dentro y fuera de la tienda, como si al otro lado de la puerta no hubieran cientos de personas enterradas bajo estructuras de piedras con sus nombres.

Tal vez eso justificaba su tan rápido y no esperada adaptación.

El hecho de que se sintiera como una cálida burbuja ayudaba bastante. Y le aliviaba que todos los que entraran parecieran percibirlo igual.

Todos, excepto uno.

erumpere ⇢ 𝒕𝒂𝒆𝒈𝒚𝒖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora