CAPÍTULO SESENTA

779 108 940
                                    


Ramiro despertó por el ligero dolor en su costado al cambiar de posición sobre la cama. Frente a él, a unos treinta centímetros de distancia, estaba Vicente. Estaba dormido y su rostro mostraba signos de agotamiento incluso bajo la débil luz del día comenzaba tras la ventana. Pero, a pesar de esto, su respiración era profunda y acompasada, sus facciones estaban calmas y la línea de su mandíbula no estaba tensa, sino relajada, dejando entrever sus dientes entre los labios. 

Se quedó quieto, observándolo en la penumbra con trazos dorados de la habitación. Aún no podía creer que estuviera allí, con él. Durante el día anterior lo había mirado y tocado muchas veces, solo para comprobar que era cierto.  Solo para convencerse que no seguía en el auto, soñando con lo que deseaba, a punto de despertar a una realidad donde Seguel estaba a punto de matarlo. Necesitaba apoyar su brazo con el suyo, sentarse cerca para que sus rodillas se toparan, mirarlo aunque fuera de refilón. 

Pero si aquello era un sueño, se estaba alargando hasta esa mañana, que lo tenía al frente, a una distancia menor que su antebrazo. Y era vívido, con colores, olores y sabores que se quedaban adheridos a cada uno de sus sentidos. 

De pronto, los párpados de Vicente se estremecieron. Se reacomodó bajo la manta y cuando Ramiro estaba intentado recordar cómo se respiraba, sonrió. 

—Me estás mirando —dijo en voz baja. 

Entonces abrió los ojos, pestañeando para espantar la somnolencia. 

—No puedo evitarlo... —susurró Ramiro. Se acercó a Vicente, pasando una mano por encima de sus caderas, hasta dejarla apoyada en la base de su espalda. —Lo intento, pero no puedo. 

—Deja de intentarlo. —Vicente inclinó la cara y le dio un beso sobre los labios. Cuando Ramiro quiso ir más allá, se alejó unos centímetros—. Mírame todo lo que quieras. 

Ramiro sintió los dedos de Vicente sobre su pelo. Una sensación cálida acompañó el contacto y se convirtió en un pensamiento. 

—No te pedí perdón... Nunca te pedí perdón por irme. 

—No tienes que hacerlo. 

—Sí tengo. Perdóname. 

Vicente lo miró con atención, los ojos brillantes. 

—Solo prométeme que no te irás más. Que lo sea que pase desde ahora, lo haremos juntos. —Las cejas de Vicente temblaron—. Solo prométeme eso. 

Ramiro lo atrajo hacia sí, completando el beso que había quedado incompleto unos minutos antes. Saboreó de su boca hasta que tuvo que recuperar el aliento. Al separarse, Vicente respiraba de forma entrecortada. 

—Te lo prometo... Chente. 

Sintió la risa de Vicente en su cuerpo que rodeaba con el brazo; la escuchó con los oídos hasta que él no pudo evitar reír también. 

—Creo que mi nombre es demasiado largo para una niña de tres años —logró decir el joven tras unos segundos—. Además, a ti también te puso un apodo. Amiro. Me gusta cómo suena. 

—Si me lo dices tú, podría acostumbrarme. 

Vicente hizo desaparecer la poca distancia que aún los separaba, abrazándolo con fuerza. Ramiro sintió su aliento en el cuello y luego, su voz subiéndole por la piel hasta su mente. 

—Amiro... 




*****************************************



Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora