CAPÍTULO CINCO

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La puerta que daba al patio de la morgue se abrió con brusquedad para permitir el paso de Ramiro, quien casi corría ligeramente inclinado hacia delante, y con el rostro pálido y sudoroso. Hugo lo seguía a pocos pasos, aunque en apariencia sin prisa. Sabía qué era lo que Ramiro haría apenas encontrara un lugar más o menos idóneo y también por qué necesitaba hacerlo. No era algo en lo que él pudiera ayudar; solo quedaba estar cerca cuando su ex compañero terminara para acercarle un pañuelo. Eso sí podía hacerlo.

Tal como esperaba, Ramiro recorrió el patio de concreto a grandes zancadas hasta el extremo opuesto, donde se alzaba una pared cubierta a medias con una enredadera sin hojas a causa del invierno. Cuando estuvo a dos o tres pasos de distancia, sin poder contenerse más, Ramiro se dobló en dos y vomitó. Su fuerte arcada pareció retumbar en medio del silencio, así como todas las que siguieron. Hugo Farías se quedó en el centro del patio, con los ojos dirigidos en esa dirección, pero sin mirar. Tenía las manos en los bolsillos y la respiración calmada. Se sentía frío, como si a él le tocara cumplir ese rol mientras su amigo no se encontrara en condiciones.

Cuando Ramiro dejó de vomitar y sus arcadas se transformaron en una tos grave, Hugo se acercó y le puso una mano en la espalda con toda la delicadeza que pudo. Sintió que los músculos del joven se tensaban bajo su contacto.

—Toma— dijo al tiempo que se sacaba del bolsillo trasero de su pantalón el pañuelo y se lo daba a Ramiro. Este lo tomó sin mirar—. Vamos a tomarnos un café... Necesitas llenar el estómago con algo...

Ramiro hizo un leve movimiento con la cabeza, el que pudo ser de asentimiento o de negación. Hugo decidió que lo tomaría como lo primero. Alcanzó a girarse algunos grados hacia la puerta que llevaba al interior de la morgue antes de detenerse. Tenía los labios apretados.

—Oye... Sé que en un rato, cuando te sientas mejor, te vas a cerrar en banda, así que te lo voy a decir al tiro no más... —Esperó cualquier reacción por parte de Ramiro, pero este seguía de pie, con una mano sosteniendo el pañuelo contra la boca y la otra como puntal contra la pared. Tenía los ojos idos y vidriosos—. ¿Qué vamos a hacer con Vicente?

No había que ser demasiado observador para notar el gesto de dolor que había hecho su ex compañero al escuchar el nombre.

—Fue él quien me habló de Daniel Martínez. Si no fuera por eso no te hubiera llamado ni me habría metido a buscar cosas sobre el desaparecido. Tenemos que avisarle.

Por primera vez desde que habían salido al patio, Ramiro lo miró. Hugo, creyendo que volvería a ver la pena contenida y la confusión en su rostro, sintió un escalofrío al notar que la expresión del joven de nuevo era fría. Demasiado fría.

—Haz lo que quieras.

Se hallaban a casi dos metros de distancia, pero Ramiro era un hombre de zancadas largas. Con un par estuvo cerca de Hugo y este, sin darse cuenta de lo que hacía, se encontró empujándolo con la suficiente fuerza para que retrocediera de nuevo. Notó que su ex compañero reaccionaba tal como se esperaba de un detective: tensó los brazos y la espalda, escondió el cuello entre los hombros y levantó a medias los puños. Todo en menos de un segundo. Hugo sabía muy bien que de haber sido otro, ya le habría dado un puñetazo en el mentón. Pero era él, Hugo Farías, más alto y más robusto que Ramiro, y su amigo. Eso era lo importante, que era su amigo. Por eso no sintió miedo de que le pegara y se mantuvo imperturbable en el puesto.

—Escúchame, hueón. Por una vez en tu vida escúchame.

El aire que mediaba entre ambos era tan denso que casi se podía tocar con las manos. Al callarse y esperar la respuesta de Ramiro, respuesta que no se produciría, el ambiente se condensó aún más. Hugo, sin embargo, como buen interrogador sabía que tras ese tipo de de ambientes se producían las confesiones; era gracias a momentos como ese que los detectives como él conseguían lo que querían. Ni antes ni después, justo ahí. Así que lo estiró hasta que estuvo a punto de romperse y entonces continuó hablando.

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora