La puerta de la habitación a la que había entrado su tío se cerró a la distancia; solo entonces, Gabriela se permitió respirar hondo. Sintió cómo su pecho subía y bajaba y bajaba un par de veces, mientras sus manos perdían algo de la tensión que las mantenía empuñadas. A pesar de ello, no se movió, quedándose en el mismo lugar desde donde había despedido a Frank durante largos segundos. Percibía las miradas de Manuel y las de esa mujer llamada Mariana Duarte sobre ella; le escocían sobre la piel desde unos metros. Se giró cuando ya no las pudo resistir más.
Mariana la observaba con una sonrisa amable en los labios.
—Gabriela, ven —dijo, alzando la voz lo justo y necesario para ella la escuchara a pesar de la distancia, pero sin que la frase sonara como una orden. Aún así, Gabriela dudó. Habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo, muchas personas habían aparecido en su vida de pronto. En algunas sentía que podía confiar, como Manuel, quien le había contado lo que sabía, y en Hugo, que se había portado muy bien con ella y Frank desde la noche anterior. Pero Mariana y Ramiro no le inspiraban lo mismo. La mujer, al notar su reticencia, hizo un gesto indicando la silla vacía a su izquierda—. Como ya dije, tu tío y Vicente tienen mucho que conversar, así que mejor ven y siéntate un rato.
Las suelas gruesas de los bototos de Gabriela emitieron un un susurro al acercarse. El calzado era de cuero castaño y envejecido, sobrevivientes de muchas lluvias que un santiaguino promedio no conocía en su diario vivir. Sin embargo, la ausencia de lluvia no significaba menos frío, sino todo lo contrario. Desde la noche anterior, Gabriela se sentía entumida; ni siquiera el grueso suéter de su madre que se había puesto la hacía sentir más abrigada. Estar en un hospital tampoco ayudaba. Sin darse cuenta, se abrazó a sí misma mientras llegaba junto a Mariana y Manuel.
Se sentó en la silla que le habían señalado, poniendo el bolso de cuero sobre las piernas. En su interior estaba El Club de los Seres Abisales, de Mateo Salvatierra. Supuso que tenerlo cerca la haría sentir más segura. Torció el cuerpo para mirar mejor a Mariana.
—¿Cómo está Vicente? —preguntó—. Manuel me contó que...
—Se pondrá bien. Esperemos que pronto. Supongo que ver a tu tío lo pondrá feliz.
Gabriela asintió.
—Se conocen desde hace muchos años —dijo con el fin de evitar que se hiciera el silencio—. Desde el colegio.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Mi jefe me contó que Frank fue su tutor en el colegio —acotó Manuel, la mirada fija en el suelo casi tan gastado como sus zapatillas—. Lo ayudó al principio porque no le iba muy bien.
Mariana sonrió de lado y alzó las cejas, sorprendida.
—¿En serio? No me hubiera imaginado que Vicente fuera un mal estudiante.
Manuel se encogió de hombros, evasivo. Había estado así toda la mañana y Gabriela, a pesar de que no lo conocía mucho, estaba segura que se debía a Mariana. No se despegaba de ella y parecía apesadumbrado. Quizás se arrepentía de haberle dicho tantas cosas la noche anterior.
—Quizás no era mal estudiante —susurró Gabriela—. Puede que haya sido porque no se acostumbraba al internado.
—El internado... —La mirada de Mariana se tornó distante, opaca. Luego se encendió a causa de un recuerdo—. Markham, ¿verdad? Así se llamaba.
—Sí. —Gabriela pronunció lo siguiente lentamente—. No es un lugar muy acogedor.
—Creía que ya existía.
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Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)
Misterio / SuspensoSEGUNDA PARTE DE LA SAGA DE LOS SERES ABISALES. (Se recomienda leer antes El Club) Vicente Santander recibe la visita de una mujer que busca a su hermano, mientras Ramiro Aránguiz, en el otro extremo de la ciudad de Santiago, investiga junto a su c...