Hugo y Frank llegaron a la Brigada muy temprano, mucho antes de la hora en que habían citado el último a declarar. Cuando el detective le advirtió que tendría que esperar, él le dijo que no le importaba. Se sentó en la silla que Hugo le señaló y se quedó allí, en silencio y con la caja de pertenencias de Daniel junto a sus pies, observando cómo la oficina se ponía lentamente en movimiento. En un momento, Juan Díaz entró y lo miró fijamente por unos segundos, hasta que se hizo evidente que lo había reconocido. Frank le sostuvo la mirada, demasiado cansado como para hacer nada más.
Después de eso, decidió sumirse en sus pensamientos y alzar la vista lo justo y necesario. Pensó en Gabriela y Mariana, solas en la casa de Hugo. Supuso que para la niña eso sería una especie de mejora, ya que al menos tendría alguien con quien conversar. También pensó en su artículo, que no era más que un montón de hojas llenas de su letra cada vez más errática, de manchones, de palabras tachadas. Quería terminarlo antes de llamar a Andrés para ultimar los detalles del envío, que suponía sería por fax, como con las transcripciones. Su amigo seguramente lo revisaría mil veces antes de darle el visto bueno; él haría caso de todas las correcciones, porque nunca había sido bueno para pelear por ellas y ahora tenía aún menos ánimos de hacerlo de lo normal. Pensó en Ramiro y Vicente, en lo cabizbajos que se habían ido la noche anterior luego de la advertencia de Hugo sobre poner al último bajo custodia de la fiscalía. Pensó en Manuel a punto de irse al norte con su familia por esa situación tan horrible que ponía su vida en riesgo cuando no tenía más que quince años.
Pensó en su inminente separación de Gabriela, la que duraría quizás cuánto tiempo.
Cuando pasaban de las ocho y media de la mañana, llegó el fiscal Lagos. Frank vio que los ojos del hombre se nublaban al verlo. Sintió un retorcijón en el estómago. El momento de enfrentar aquello en lo que había evitado pensar se acercaba y en ese instante se dio cuenta que no estaba listo. Que tenía muchísimo miedo.
—Buenos días, Francisco —dijo el fiscal cuando estuvo frente a él. Frank estrechó la mano que le extendía—. Le agradezco mucho su disposición.
—No agradezca. Es lo mínimo que puedo hacer.
Lagos asintió levemente.
—Iré a ver al inspector Farías. Podemos empezar con usted en unos minutos si no le molesta.
—No hay problema.
—Bien. Permiso.
Con un gesto de cabeza, el hombre se alejó hacia la primera sala de interrogatorios, a menos que Frank se equivocara en sus suposiciones. En esa habían estado encerrados Hugo y uno de sus compañeros por un buen rato. Las otras dos estaban vacías, con las puertas abiertas. En la que tenía más cerca, Frank podía vislumbrar una mesa estrecha y una silla. Hasta ahí se parecían a las que salían en las películas, pero dudaba que tuvieran ese vidrio que solo permitía ver hacia el interior de la habitación. Chile no era Estados Unidos; la PDI no era el FBI.
Pasaron unos quince minutos hasta que Lagos, acompañado por Hugo y un detective de unos treinta años que Frank apenas conocía de vista, salieron de la sala. Se acercaron a él con expresiones tensas y serias. Al ver a Hugo, Frank asumió que ese día y en ese lugar, no era su amigo, sino un inspector con un trabajo que hacer. Su tono al hablar se lo confirmó.
—¿Estás listo?
—Sí.
Se puso de pie, al tiempo que un teléfono comenzaba a sonar. El detective desconocido fue a contestar. Intercambió un par de frases cortas y colgó.
—María José Martínez llegó —dijo para responder a las preguntas mudas de Hugo y Eduardo Lagos.
Ambos hombres intercambiaron una mirada.
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Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)
Misterio / SuspensoSEGUNDA PARTE DE LA SAGA DE LOS SERES ABISALES. (Se recomienda leer antes El Club) Vicente Santander recibe la visita de una mujer que busca a su hermano, mientras Ramiro Aránguiz, en el otro extremo de la ciudad de Santiago, investiga junto a su c...