Higo había llamado cinco veces a la casa de Ramiro cuando el auto de Mariana se detuvo frente a su casa. Esas cinco llamadas se sumaban a la hora, tal vez un poco más, que había pasado fuera de la casa del joven. Al principio, viendo que nadie le abría la puerta, se dijo que lo más probable es que hubiera salido o, más improbable pero no imposible, que estuviera durmiendo. Aún así, insistió, porque después de un día sin verlo necesitaba comprobar que estuviera bien. Pero nadie abrió la puerta.
Pudo haberse ido, tal vez a la oficina de Vicente donde sabía que estaban todos, pero se quedó allí, esperando sin saber por qué. Como detective, tenía práctica en eso de esperar y vigilar una casa, aunque casi siempre lo había hecho sentado en un auto y acompañado, hace no mucho por el mismo Ramiro. Además, aunque la herida en el hombro le dolía cada vez menos, seguía allí, como un recordatorio de que ya no era tan joven, que se cansaba con mayor facilidad, que no se recuperaba tan rápido como antes. Por el dolor en las piernas y para que los vecinos no sospecharan de él (a pesar de que nunca se veían muchas personas por los alrededores de la casa de Ramiro), tuvo que varias veces dar vueltas por cuadra o incluso más lejos, como queriendo darle tiempo al joven de regresar. Pero este no apareció. Para cuando por fin decidió irse, eran casi las seis de la tarde.
Volvió a su casa en micro, no por le gustara (tal vez tendría que pedirle un auto a Mariana, algo modesto, aunque no tanto como el escarabajo de Ramiro), sino porque ese tipo de viajes siempre le ayudaban a pesar mejor. Y a enojarse por lo estúpida que era la gente, es decir, distraerse. "Pensar a dos bandas", como le decía su esposa cuando él simulaba escucharla, o la escuchaba a medias, mientras meditaba en las cosas del trabajo.
Para cuando llegó a su casa, había concluido que Ramiro debía estar haciendo algo (aunque no tenía idea de qué podía ser) que le había tomado gran parte de la tarde. Tal vez estaba en el doctor viéndose la herida. Apenas esa idea se formó en su mente, se rio, con una cerveza que no se tomaría del todo a causa de la tensión en la mano. Se sentó en el sillón mientras daba el primer sorbo, intentando imaginar un mundo donde Ramiro se preocupara lo suficiente por sí mismo como para ir a un médico. Debía ser el mismo donde las cuentas se pagaban solas o Chile siempre ganaba los mundiales.
Tras el tercer sorbo de cerveza, miró el reloj. Faltaban poco más de veinte minutos para las ocho de la noche y afuera ya estaba oscuro. Ramiro ya debía estar en su casa, se dijo. Se paró y fue hasta la mesilla donde descansaba el teléfono. Recordó cuando le preguntó a Alicia por qué no la ponía junto al sillón, para así poder hablar sentado, a lo que ella respondió que sentado uno se relajaba y le daba por hablar horas y horas. Cuando él insistió, su mujer le dijo que hiciera lo que quisiera, porque sería él quien pagaría la cuenta. Hugo no opinó nada más al respecto.
Levantó el auricular y marcó el número, esperando diez tonos antes de cortar. Estuvo a punto de volver al sillón, pero en vez de hacerlo, se quedó allí y marcó de nuevo. Luego, otra vez. No pasaron más de diez minutos antes de que lo intentara una cuarta y quinta vez. Había colgado después de esta cuando escuchó el auto fuera de la casa. Se quedó allí de pie, atento a las cuatro puertas del vehículo cerradas, a las voces que se acercaban, a los pasos. Una parte de sí tenía la vaga esperanza de que Ramiro viniera con ellos. Tal vez, incluso habían traído a Vicente. Eran muchas personas para el auto de Mariana, pero se podían hacer esfuerzos para hacerlos entrar. Alguien, probablemente Frank, abrió la reja y tocó luego la puerta.
Hugo colgó el teléfono y caminó lentamente hacia la entrada de su casa para dejarlos pasar. Aún podía estar Ramiro al otro lado, taciturno y taimado, con las manos en los bolsillos en busca de un cigarrillo. Cuando abrió, sin embargo, solo vio a las cuatro personas que se había vuelto costumbre ver ahí: Mariana, Manuel, Frank y Gabriela.
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Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)
غموض / إثارةSEGUNDA PARTE DE LA SAGA DE LOS SERES ABISALES. (Se recomienda leer antes El Club) Vicente Santander recibe la visita de una mujer que busca a su hermano, mientras Ramiro Aránguiz, en el otro extremo de la ciudad de Santiago, investiga junto a su c...