CAPÍTULO SESENTA Y TRES

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Cuando el teléfono sonó en la casa de Hugo, Gabriela ya se había refugiado en la habitación que ocupaba solo ella desde hace un par de días, y el dueño de casa estaba durmiendo o intentando dormir en su dormitorio. Al alzar el auricular, Frank sintió una ligera tensión en el abdomen, la que se redujo casi en su totalidad al escuchar la voz de Andrés Leyton. 

—Hola, Frank... —dijo el editor con voz cansada, tan cansada que al otro lado de la línea su amigo lo imaginó echado en la silla de cualquier manera—. ¿Cómo estás?

—Digamos que bien... 

—No, no, Rodríguez. Nada de evasivas. Dime la verdad, ¿cómo estás?

Frank respiró hondo, mientras se inclinaba hacia atrás en el sillón y elevaba la vista hacia el techo.

—Acá las cosas están un poco mejor: Mariana se está recuperando y el fiscal Lagos ya puso en marcha la causa. —Antes de que Andrés tuviera tiempo de decirle que aquello no respondía exactamente su pregunta, continuó—: Fuera de eso y en lo que nos compete a nosotros... Entrevisté a Martín Ugarte. 

Escuchó a Andrés cambiar de posición. Casi pudo verlo, inclinado ahora sobre su escritorio, con la mano sosteniendo su cabeza a la altura de la frente. 

—¿Cómo fue?

—Horrible. Y cada vez que recuerdo lo mal que me sentí, solo puedo pensar en cómo debió sentirse él. 

—Sí... pero al menos lo encontraste. En cuanto a mí, averigüé algunas cosas: Agustín Cáceres dejó de vivir en Chile desde hace dos años. Se supone que se fue por trabajo, pero es posible que también pescara sus cosas para irse muy lejos debido a la muerte de su hermano...

—No...

—Sí, Frank. Francisco Cáceres está muerto. 

—¿Cómo...?

—Fue en un accidente mientras practicaba alpinismo. 

Frank cerró los ojos. Andrés, como si pudiera ver su reacción, esperó unos segundos antes de seguir. 

—Y a Elías Ampuero no he podido encontrarlo. No sé dónde más buscar o a quién más preguntar. 

—Por lo que me dijo Martín, Jorge Weber y él están en contacto... quizás Jorge. 

El editor chasqueó la lengua. 

—Lo pensé, pero dudo que Jorge me vuelva a recibir en su casa. Aunque podría intentarlo...

—O empezamos a asumir que tendremos que hacer esto con dos víctimas. 

—Siento tener que preguntar esto, pero... ¿Ramiro Aránguiz no es una opción?

—No. 

—Pero...

—No, Andrés. Cuando llegué a Santiago me lo planteé, pero ahora no podría hacerle eso. 

—Bien —murmuró Andrés—.Entonces dos, uno de ellos de forma anónima y Patricio Olmedo. Eso es lo que tenemos. Es mejor que nada... 

—Lo es. 

Se quedaron en silencio un momento. El único sonido era el del lápiz con el que Andrés golpeaba el borde de su escritorio levemente. Cuando habló, su voz aún mostraba cansancio, pero también concentración. 

—Tú siempre has sido muy literario para esto del periodismo. Aún me acuerdo cuando en tus primeros años tenía que repetirte siempre que una noticia no es un cuento. 

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora