Una hora de faena podía sentirse como un par de minutos para quien la lleva a cabo, pero no para el que se dedica a observar. Él lo sabía, porque había estado en ambos lados de la cancha. Esa noche le tocaba estar de pie, inmóvil y mirando. Así había sido desde hace unos meses, desde que trabajaban para Salvador Mackena. Bajo su patronaje, Durán y él se había dividido el trabajo tácitamente: uno se dedicaría de la faena, el otro de las labores diarias. Es decir, uno pegaba y el otro preparaba al infeliz de turno. Habían otras tareas, pero no eran tan habituales. Se trataban más bien de juegos que se le ocurrían al jefe, como el tema de las cartas.
Esa noche había sido tranquila para él. Desde que Durán había atado a Vicente Santander a la silla, apenas se había dirigido a él. Otras sesiones no eran tan pasivas. "Sostiene aquí" o "limpia eso" eran las órdenes que su compañero solía soltarle más seguido. Lo hacía a los gritos, con la respiración agitada y el rostro cubierto de sudor. Él sabía que disfrutaba gritándole, pero no le importaba simular que no se daba cuenta. Había cosas peores que eso, como cuando le decía, calmado y hasta sonriente: "recógelo, ya no sirve para nada".
A Vicente le faltaba mucho para eso. Aquella no era más que la primera sesión que le tocaría mientras estuviera metido allí. Pero él siempre había creído que la primera era la más importante. Con ella se le dejaba claro al infeliz de turno lo que le esperaba. A veces implicaba dolor: golpes, cortes, quemaduras, ese tipo de cosas. El tipo de cosas que había tenido que sufrir el último, Daniel Martinez. El caso de Santander era diferente. El patrón había sido muy claro en sus instrucciones: "nada de marcas, ni moretones. Que se vaya de acá casi igual como llegó". Eso no había hecho muy feliz a Durán. Pero el hombre era profesional ante todo y en el fondo sabía que el método de esa noche quizás no rompía huesos y piel, pero sí mentes.
Durán soltó la bolsa, y Vicente Santander inhaló aire con desesperación. Pudo ver su boca abierta a través del naylon antes de que el inspiración se transformara en tos. El joven, a pesar de estar amarrado, se dobló sobre sí mismo. Las cuerdas temblaron, su cuerpo entero también. Tenía la camiseta blanca empapada de sudor y las venas marcadas a lo largo de su cuello. Llevaba casi una hora entre la asfixia y la vida. Él sabía lo que se sentía. A veces, cuando te enseñaban los métodos, te hacían pasar por ellos. Así era más fácil entender cuál era el punto exacto de apriete y, sobre todo, cuándo parar.
Con cada bocanada de aire, Vicente Santander, el infeliz de turno, vivía un poco más. Pero también, y aquello era lo importante, recordaba que hacía falta solo otro segundo para que todo se acabara. El "ahogamiento en seco" tenía un doble propósito: dañaba sin otras marcas que las del cuello (y si el torturador era hábil, como Durán, no habrían tales marcas) y la confirmación innegable de que la vida del torturado pendía de un hilo. La mayoría al principio agradecía cada nueva oportunidad. Después de algunas sesiones, solo deseaban que todo terminara de una vez.
A Santander aún le faltaba para eso, pero por esa noche estaba llegando a su límite. La tos había pasado a ser espasmos y náuseas. Durán fue lo suficientemente rápido para quitarle la bolsa justo antes de que vomitara. Ese era el fin. Por ahora. Él lo entendió, pero a Durán le gustaba marcar él mismo el término de su trabajo.
─¿Ya no puedes más, maricón? ─Durán enterró los dedos en el pelo de Vicente y tiró hacia arriba, obligando al joven a mirarlo. Seguel llevaba mucho rato sin verle del todo el rostro, así que en ese momento lo estudió. Estaba pálido, sudado y tenía los ojos llorosos. Su incapacidad para enfocar la mirada le dejó claro que se encontraba al borde de la inconsciencia─. Bah ─espetó Durán─, cada vez lo hacen más frágiles a estos pendejos culiaos.
Lo soltó y al hacerlo la cabeza de Santander cayó sobre su pecho. Durán se giró hacia Seguel mientras se limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.
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Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)
Mystery / ThrillerSEGUNDA PARTE DE LA SAGA DE LOS SERES ABISALES. (Se recomienda leer antes El Club) Vicente Santander recibe la visita de una mujer que busca a su hermano, mientras Ramiro Aránguiz, en el otro extremo de la ciudad de Santiago, investiga junto a su c...