CAPÍTULO SETENTA Y UNO

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Ramiro sintió que la pistola temblaba en sus manos, así que afianzó aún más las piernas en el suelo. No podía dejarse llevar por el miedo. Ellos eran más, no estaba solo y ahora era Héctor Seguel el arrodillado, sin ninguna arma a la vista. Mientras respiraba hondo para calmarse, pensó en Vicente. Llevaba innumerables horas extrañando su cercanía, pero en ese momento agradeció que se encontrara lejos. 

Se adelantó un par de pasos, quedando a la misma altura de Mariana, que permanecía inmóvil, sin dejar de apuntar al Cóndor. 

—No tengo nada que hablar contigo —dijo Ramiro—. Debería dispararte en este momento.

—Deberías recordar que me debes la vida. 

El eco de la voz de Seguel siguió resonando en el silencio que vino a continuación. A su espalda, Ramiro escuchó la respiración de Frank, agitada y tensa. 

—¿Qué quieres hablar conmigo? —Mariana lo miró, pero él siguió con la vista fija en el esbirro de Mackena—. ¿Qué planea ahora tu jefe?

Con pausa, el Cóndor despegó su mirada oscura y fría de él y enfrentó a Mariana. Sus cejas temblaron levemente, un movimiento que hubiera pasado desapercibido de no ser su rostro una máscara libre de cualquier expresión.

—No es Mackena quien me envía. Él no sabe que estoy aquí. Ya no trabajo bajo sus órdenes. 

—¿Esperas que creamos eso? 

—Tú deberías hacerlo, Ramiro Aránguiz. Porque sabes que si estuviera mintiendo tú no estarías aquí. 

—¡¿Entonces quién te envía?!

 Por primera vez, Seguel reparó en Frank. 

—Daniel Martínez. 

Mariana llegó frente a él antes de que Ramiro pudiera intentar impedírselo. Lo agarró por el cuello y puso el cañón de su pistola contra su sien izquierda. Lo obligó a mirarla, encorvada sobre él. 

—No pronuncies su nombre, hijo de puta... No te lo permito... 

Seguel no hizo ni un movimiento, excepto el que implicó cerrar los ojos por unos segundos. Parecía concentrado en el contacto metálico del arma en su piel. Al hablar, lo hizo en voz muy queda, casi como si quisiera que solo ella lo escuchara. 

—Me matarás, lo sé... Pero antes tengo que terminar esto. —Abrió de nuevo los ojos y, en el fondo de estos, Ramiro vio algo semejante a la súplica—. Tengo que ayudarlos a destruir a Salvador Mackena.

—Mariana... 

—Es una trampa Ramiro. 

—No, no lo es. —La joven se giró a medias hacia él—. Escucharé lo que tenga que decir. Y luego... Luego podrás matarlo si ese es tu deseo. 

Mariana se irguió, sin dejar de apuntar a Seguel. Su voz al dirigirse a Frank era fría, casi tan fría como su rostro. 

—Trae el rollo de cuerda que está en la alacena más alta. Rápido. 

Frank dudó solo un instante. Luego Ramiro escuchó sus pasos yendo con rapidez hacia la cocina. Demoró un par de minutos en volver con lo que le habían pedido, que en medio del silencio y la tensión se hicieron eternos. Al llegar de nuevo a su lado, vio de refilón que jadeaba, supuso que más por miedo que por cansancio. 

—¿Sabes hacer nudos? —le preguntó entre dientes. No quería quitarle la vista de encima a Seguel, mucho menos cuando tenía a Mariana tan cerca. 

—S-sí...

—Bien, entonces amárrale las manos a la espalda. Hazlo fuerte. Todo lo fuerte que puedas. —Frank lo observó durante unos segundos, hasta que le obedeció. Se acercó lentamente al Cóndor, rodeándolo con cierta dificultad debido al poco espacio. Seguel tenía la mirada perdida, y no se inmutó cuando Ramiro le habló—. Si intentas cualquier cosa, te dispararé. 

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora