CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO

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Desayunaron en la cama, casi siempre en silencio, mirándose. Vicente no le dijo a Ramiro que las tostadas estaban un poco pasadas o que al café le faltaba azúcar. Tampoco le dio importancia al hecho de que apenas tenía hambre. La comida pasaba por su garganta de forma mecánica, mientras lo contemplaba a él comiendo con fruición. Quizás eso por sí solo saciaba su apetito. Pero Ramiro le insistió que comiera al menos dos tostadas y que se tomara el café. Y Vicente lo hizo, aunque lo que en realidad saboreaba el tacto del brazo de Ramiro junto al suyo y el escalofrío que le provocaba la mano de este en la rodilla. 

Había notado que Ramiro miraba a veces la quemadura de su antebrazo de refilón, sin poder evitarlo. Pero no dijo nada más al respecto, lo que no significaba  que la herida hubiera abandonado sus pensamientos. Se quedaría ahí, enquistada, por mucho tiempo. Para siempre. 

Cuando el sol avanzó sobre el techo de la casa y la luz en la habitación disminuyó un poco, Vicente se dijo que era tiempo de irse. Aún debía pasar por su casa, darse un baño, cambiarse de ropa. Luego, tenía que ir a la oficina. No es que le esperara trabajo para hacer, pero lo más probable es que Manuel y los demás volvieran a ir allí, y si él no llegaba se preocuparían. De lo contrario, se habría quedado todo el día en esa habitación con Ramiro. 

Se levantó de la cama y sintió cómo la mirada de él lo seguía. 

—¿Te vas? —le preguntó y su voz tenía cierta debilidad al final. 

—Tengo que irme. Si no llego a la oficina, y Frank y Manuel están esperándome, se preocuparán mucho. 

—Entiendo. 

Vicente comenzó a vestirse, mientras los ojos de Ramiro lo estudiaban con tanta intensidad que era casi como si lo acariciara otra vez. Escondió su propio deseo tras una sonrisa. 

—Podrías venir conmigo a la oficina... —susurró—. Al menos un rato. 

Ramiro lo pensó en silencio. 

—No puedo. Tengo que hacer algunas cosas. 

—Pero, ¿esta noche...?

—Por supuesto. 

Alzó la cabeza para contemplarlo, topándose con la misma expresión de la noche anterior, la que tenía en las pausas, sabiendo lo que les esperaba a la vuelta del siguiente abrazo. 

—¿Aquí? —preguntó Vicente con voz trémula. 

—Aquí o en tu departamento. Donde quieras. 

Su último encuentro con Matías cruzó su mente, pero se dijo que no importaba la amenaza que su hermano le había hecho. No importaba nada si era por estar con Ramiro. 

—Muy bien. En mi departamento. —Se puso la camisa y empezó a abotonarla de abajo hacia arriba—. Yo cocinaré. 

—¿No te gusta como cocino?

 —Digamos que no es mi cosa favorita entre las que puedes hacer...

Su expresión sarcástica se congeló a medias cuando Ramiro dejó a un lado la taza ya casi vacía de café, para luego avanzar por la cama en dirección a él. Se irguió apoyado en las rodillas y quedaron frente a frente. Él ya casi vestido, Ramiro solo con calzoncillos. Este lo agarró por la camisa a la altura de la cintura, obligándolo a acercarse. A pesar de que el frío de la mañana ya había fundido gran parte del calor que ambos habían dejado flotando por la habitación, el cuerpo de Ramiro estaba caliente. Brillante bajo la luz de sol, su piel era un lienzo trigueño con lunares desperdigados. 

—A ver... ¿Y cuál sería la que más te gusta? —le preguntó, su boca a dos centímetros de distancia. 

—No me hagas esto...

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora