A veces, cuando Vicente dormitaba, su mente se recreaba en recuerdos que él, estando despierto y con sus sentidos alertas, prefería espantar. Dichos recuerdos eran más que un olor, más que palabras que aparecían en la memoria. Eran imágenes vívidas proyectándose en el telón de fondo de sus párpados, dejándolo en el papel de un espectador de cosas que, años antes, él mismo había protagonizado. Para evitar esos recuerdos, Vicente Santander solía dormirse solo cuando el cansancio le hacía arder los ojos o volvía demasiado lentos sus reflejos. Usaba cualquier excusa para mantenerse despierto hasta el agotamiento: leía, caminaba por las calles que rodeaban su departamento, revisaba casos pendientes, jugaba solo a las cartas. Lo que fuera con tal de no pensar y caer así en un estado similar a aquel que lo dominó la mañana de la visita de María José Martínez, cuando la puerta cerrada de su estudio se transformó en una puerta cerrada de su pasado, o la noche anterior a su viaje, cuando metió las manos en la caja que contenía lo único que le quedaba de su adolescencia.
Sin embargo, ese viaje al sur, al lugar que lo había cobijado durante los seis años que estudió en Markham, le había bajado del todo las defensas. El primer recuerdo lo visitó en el hotel de mala muerte en que se hospedó cuando el tren hizo su parada en Temuco. Mientras dormitaba, aún medio vestido y atravesado de lado a lado en una cama que rechinaba al menor movimiento, se vio a sí mismo de catorce años, durante uno de los muchos días de invierno que habían decorado época de estudiante. Ese en particular no parecía tener nada de interés, pero el sabía que el interés residía en los pequeños detalles.
El escenario era la antigua sala de Historia de Markham. El suelo que su yo más joven había pisado era de madera marcada por los años, tan rechinante como la cama que el Vicente adulto ocupaba. En el recuerdo lo alumbraba todo una luz tenue, de atardecer lánguido, pero él sabía que aquello había ocurrido a media tarde, probablemente en esa hora que la mayoría de los estudiantes usaban para descansar luego del almuerzo. Ramiro y él, poco asiduos a terrenos al aire libre que no fueran el bosque que rodeaba el internado, preferían pasar los minutos de libertad en alguna sala desocupada hasta el siguiente bloque de clases. Podrían haber estado jugando ajedrez, charlando o cada uno sumido en su propia obsesión de turno, algo así como un libro especialmente interesante o los últimos artículos traídos de sus escapadas a Lafken los sábados.
Su recuerdo, en cambio, los retrató a ambos acostados en la mesa del profesor, apoyadas las espaldas en la dura madera, las manos entrelazadas a la altura del abdomen y sus ojos clavados en el techo blanco que se extendía sobre ellos. Un vistazo superficial hubiera hecho pensar a cualquiera que eran familiares; quizás no hermanos, pero sí primos en primer o segundo grado. Así de similares eran sus perfiles y posturas. Incluso sus pies colgaban a la misma distancia del suelo. Era cuando hablaban que las diferencias se hacían patentes.
─Vacaciones... No quiero vacaciones─ dijo su yo de catorce años, con la voz entusiasta que los años no habían logrado arrebatarle del todo. Aunque ya a los catorce no hablaba tanto como a los doce, aún le costaba controlarse para no decir cada cosa que le pasaba por la mente. Su tono fluctuante parecía ser un testimonio de eso.
A su lado, el cuerpo de Ramiro se tensó a manera de silencioso aviso de que se preparaba para hablar. Y al hacerlo, el silencio de aquella sala alejada del bullicio del recreo abrazó esa voz grave que poseía, fruto del voto de mudez que había hecho en toda situación donde no fuera necesario hablar o frente a cualquiera que no fuera Vicente.
─Serán solo dos semanas.
─Eso es demasiado. Tú no sabes lo que es estar dos semanas con mi familia...
Ramiro torció la cara levemente hacia la izquierda para mirar de reojo a su amigo, lo que le permitió a este ver que estaba sonriendo.
─Lo soportarás.
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Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)
Mysterie / ThrillerSEGUNDA PARTE DE LA SAGA DE LOS SERES ABISALES. (Se recomienda leer antes El Club) Vicente Santander recibe la visita de una mujer que busca a su hermano, mientras Ramiro Aránguiz, en el otro extremo de la ciudad de Santiago, investiga junto a su c...