CAPÍTULO UNO

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Vicente Santander, sentado en una postura lánguida frente a su escritorio, esperaba que Manuel, su ayudante, volviera por fin con ese café que desde las ocho de la mañana deseaba tomar. Hace quince minutos que el muchacho se había ido, con  un billete arrugado en la mano derecha y una expresión que delataba que ir a buscar el desayuno no era lo único que lo empujaba a la calle. 

Vicente sabía muy bien que Manuel tenía las gónadas llenas del ímpetu propio de alguien de quince años, lo que lo llevaba a cambiar de musa más o menos cada semana. El trono lo ostentaba por entonces una de las camareras del café Tahiti, ubicado en Paseo Ahumada. Vicente aún no la conocía, pero si creía al pie de la letra la descripción del adolescente, la mujer no solo tenía las piernas más largas de Santiago, sino también unos senos que ponían a prueba la Ley de Gravedad. Ante ese argumento tan científico, al abogado no le había quedado más remedio que comenzar una extensa disertación sobre la arquitectura de un sostén, la que, por supuesto, Manuel había escuchado a medio camino del éxtasis. 

Sentado ante su escritorio, Vicente apostó contra la foto de su padre que lo miraba desde una esquina del mueble a que si su café aún no llegaba era porque Manuel se estaba dedicando en cuerpo y alma a crear un plano mental de la ropa interior de la camarera. Un golpe en la puerta de su despacho, sin embargo, lo hizo dudar. Tal vez el objeto de deseo de su ayudante no había ido a trabajar, destruyendo sus aspiraciones. O quizás, solo quizás, a Manuel le habían importado más las necesidades de su jefe que cualquier otra cosa esa mañana. 

A causa de ese delgado hilo de esperanza, Vicente avanzó hasta la puerta y la abrió con una sonrisa en la cara, gesto que titubeó notoriamente al toparse con una mujer desconocida en el umbral. 

─Buenos días─ dijo ella en el preciso instante en que Vicente amenazaba con abrir la boca─. ¿Esta es la oficina de Vicente Santander?

─Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarla?

Las cejas de la mujer se alzaron de forma perceptible, gesto que Vicente supo interpretar como la evidente sorpresa ante su juventud. Por enésima vez se dijo que, ya que no podía aparentar más años, al menos debía intentar comprarse un mejor traje. 

─¿Usted es Vicente Santander?

─Sí─ el abogado tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le agriara la expresión.

─Lo imaginaba mayor.

─Me lo dicen seguido. ¿En qué puedo...?

─¿Puedo pasar?

Vicente asintió como si su madre, siempre atenta a la cortesía, le hubiera dado un aleccionador golpe en la nuca. Se separó de la puerta y dejó que la mujer entrara, aprovechando que ya no estaban enfrentados para contemplar a la visitante con atención. 

Era al menos una cabeza más baja que él, con el pelo negro azabache sujeto en una media cola que hacía destacar unos rizos artificiales. Llevaba un vestido ajustado color gris, solo un par de dedos por encima de la rodilla. Encima tenía un abrigo negro, con el cuello alzado para combatir el viento, el que destacó contra las paredes amarillentas del lugar. Vicente se hizo con esta imagen de un vistazo, ya que en los casi dos años que llevaba ejerciendo había aprendido a hacerlo rápido, antes de que el observado tuviera tiempo de sentirse incómodo. La mujer, ya a unos pasos de distancia, se dedicó a hacer lo propio con el despacho, que estaba compuesto de una pequeña sala de estar y su oficina, cuya puerta procuraba dejar abierta a menos que se encontrara con un cliente. Sintió los ojos de la desconocida recorriendo las paredes y el piso como si aún lo observara a él, porque tenía claro que lo segundo más importante en un abogado era su lugar de trabajo y él ya estaba puntuando bajo en su apariencia personal, que era lo primero. Como ya había deducido que la visitante no respondía al perfil habitual de su clientela, se preparó mentalmente para que diera la media vuelta para irse por donde había venido con un gesto de desprecio en el rostro. Así que dejó la puerta principal entornada, deseando que si se quería ir, se fuera rápido. Sin embargo, la mujer, tras terminar su análisis, se giró hacia él e incluso intentó una sonrisa.

Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora