CAPÍTULO VEINTIDÓS

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Ramiro llegó solo a la oficina de Vicente. Había tardado un buen rato en convencer a Hugo para que no lo acompañara, hasta que finalmente lo había conseguido con la firme promesa de comportarse con Manuel y el hermano de Vicente. 

En ese momento, se sentía como algo fácil de conseguir. 

Pero entonces entró a la oficina y vio al muchacho sentado en el sillón frente a la puerta, erguido y atento. Lo estaba esperando, probablemente desde que escuchara sus pasos acercándose por el pasillo. Cuando Ramiro cerró a su espalda y se guardó las llaves de la oficina, las llaves que hasta ese momento habían sido propiedad del joven, supo que este empezaba a odiarlo un poco más. 

—¿Cómo le fue? —preguntó Manuel, apenas alterando la expresión fría de su rostro. Siempre que le hablaba sin dejarse llevar por la ira lo evitando cualquier emoción. 

—El fiscal hablará con alguien de carabineros. Presionará para que busquen a Vicente. 

—¿Nada más?

—Nos ayudará a reabrir el caso contra Salvador Mackena. 

Por fin, Manuel hizo un rictus con la boca. Ramiro quería escucharlo recriminarle centrarse en eso mientras Vicente seguía desaparecido; en perder de vista lo más urgente, que era la seguridad de su jefe por su venganza. Pero el adolescente no dijo nada. Únicamente lo miró como solía hacer desde que lo conocía, con una mezcla de desprecio y temor. 

—¿Dónde está Hugo?

—Con su familia —respondió mientras caminaba para internarse más en el lugar, estudiando todo alrededor, buscando lo que fuera para no tener que enfrentarse a la expresión de Manuel—. Ya era tiempo de que descansara. 

—Usted no descansa nunca. 

Ramiro se escuchó exhalar todo el aire que mantenía en los pulmones. 

—Descanso lo suficiente. ¿A qué hora viene el hermano de Vicente?

—A las cuatro. 

Ambos miraron al mismo tiempo el reloj que colgaba en la pared de la izquierda. Apenas pasaban de las tres. Ramiro oyó que Manuel suspiraba. Tras un par de minutos, durante los cuales él se quedó de pie, inmóvil y con las manos en los bolsillos, el joven volvió a hablar. 

—¿Alguna vez ha pensado... qué hará cuando logre que ese hombre pague por lo que hizo?

Sintió que el frío que lo acompañaba desde la noche anterior, o desde los últimos ocho años, se acentuaba. Contempló a Manuel en silencio, deseando en el fondo que este no fuera capaz de sostenerle la mirada. Nuevamente se equivocó. 

—¿Has pensado en qué harás cuando encontremos a Vicente?

—Sí. Lo invitaré a unos completos con Coca Cola en el portal de acá abajo. O al cine. Él siempre me invita a mí, pero cuando vuelva se las devolveré. No todas al tiro, de a poco. Y seguiré trabajando aquí todo el tiempo que sea posible. Quizás hasta estudie Derecho como él. 

Ramiro carraspeó para evitar que la bola quemante que le subía por la garganta se transformara en otra cosa. Manuel lo observaba con su atención. 

—Usted nunca ha pensado en su vida después de eso. Ni con mi jefe ni con nadie. ¿Cierto?

El adolescente esperó la respuesta en silencio, pero esta no llegó. Ramiro se fue hacia la oficina privada de Vicente y, aunque no cerró la puerta, se ocultó dentro. 


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Cadáver sin nombre (Saga de los Seres Abisales II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora