Capítulo 26

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Intento llamar una vez más, pero de nada sirve. Vuelve a mandarme a buzón de voz.

Me despego el celular de la oreja y lo dejo en el colchón. Me rindo, porque está claro que no me contestará. Está demasiado enfadado y dolido conmigo que dudo que quiera escuchar algo de mí.

Sé que debía controlar mi lengua. Pero ya no pude más. Todo lo que siento, lo que he estado guardando tanto tiempo de mí, ha salido sin tapujos.

Y es que, ya no puedo más.

Ya no puedo seguir callándome para mantener contentos a los demás, para no herirlos.

Peeta siempre solía decir que admiraba lo fuerte que yo era por la manera en que sobrellevaba las cosas a pesar de todo por lo que había tenido que pasar.

Pero no puedo ser tan fuerte todo el tiempo.

Es como si lo que pasó con la pérdida de mi bebé, hubiera sacado una versión diferente de mí. Una versión que ya no es capaz de guardarse más cosas, porque me siento desbordada por demasiadas emociones.

Siempre he sido fuerte. Pero ya no quiero hacerlo. Ya no encuentro la fortaleza suficiente para hacerlo.

Ya no encuentro un motivo para seguir. Un motivo para seguir luchando.

¿Qué caso tiene intentarlo?

Nadie me necesita. No en realidad.

Finnick ahora tiene a Annie. Y Peeta..., seguro que estaría mucho mejor sin mí. Sin tener que lidiar con más problemas de los que ya tiene.

Incluso yo estaría mucho mejor, lo único que quiero es dejar de sentir este dolor que me arrebata el aliento. Este dolor que dudo que vaya a desaparecer alguna vez.

Los pensamientos que cruzan por mi cabeza son verdaderamente aterradores y perturbadores. Aparte una posibilidad que jamás había cruzado por mi cabeza, pero que ahora parece ser mi única salida.

Sólo quiero salir de este oscuro abismo que no parece tener fin.

Antes me gustaba pensar que todo pasaba por algo. Con Peeta llegué a pensar que todo lo malo había pasado, que finalmente había llegado mi oportunidad de ser feliz, de que el dolor y la soledad cesaran. Y así lo fue, al inicio. Pero nada dura para siempre.

Miro el celular una vez más, y me cubro más con la manta. Lo tomo casi por acto de reflejo y marco el número de Finnick.

Es la última vez que intentaré buscarlo. Y sólo sé que hay una sola persona en todo el mundo que puede saber exactamente dónde puede estar Peeta.

Espero a que me conteste. Transcurren un par de segundos, pero no obtengo respuesta. Recargo la cabeza en la pared. Y cuando pienso que no va a responder, y estoy por bajar el celular, escucho su voz:

—¿Qué pasó hermanita? —se escucha serio—. ¿Todo bien?

No respondo. Y por su silencio, está claro que sabe el motivo por el que lo he llamado. Pero decide quedarse callado. Está claro que no piensa decírmelo.

—¿Peeta está contigo? —trago.

Sigue sin decir nada. Pero escucho cómo se pone de pie y se aleja de donde sea que esté.

—Hmm... No.

Suspiro. Noto que se me forma un nudo en la garganta, y surge la desesperación.

—Escucha —trago—, entiendo que él es tu amigo y que lo estás protegiendo. Es sólo que estoy preocupada porque ayer salió muy enojado y temo que le haya sucedido algo malo. Ni siquiera regresó a dormir.

¿Y si el tiempo no lo cura todo? [Everllark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora