Capítulo 3

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Lo miro dormir junto a mí. Me acomodo sobre la almohada, y sólo lo observo.

Los mechones de cabello rubio le caen sobre la frente, y de sus labios escapan suaves exhalaciones que resuenan en medio del silencio de la habitación.

Nunca imaginé que podríamos llegar a esto, él durmiendo en mi cama.

Me muevo lo más despacio que puedo, buscando no perturbar su tranquilidad, evitando inducirlo a que abra los ojos.

Observo sus rasgos maduros. La manera en que ha pasado de ser aquel chico que se la pasaba metido en el departamento donde Finnick y yo vivíamos con nuestra abuela, para convertirse en el hombre que es hoy.

Aquel chico de la sonrisa triste, y mirada seria. El chico que evitaba hablar sus problemas, que sólo contaba los detalles superficiales, y quien siempre se esforzaba por demostrar que nada malo estaba pasando con él.

Peeta siempre pasaba todo el rato con Finnick, mientras yo me quedaba con mi abuela.

Quizá resulte algo extraño decir que durante gran parte de mi adolescencia, prefería pasar todo mi tiempo con una mujer mayor en lugar de salir a pasar el rato con alguien de mi edad. Pero, ella era lo más cercano que tenía a una madre. Y en ese entonces, ella era la única persona con la que de verdad me sentía cómoda y podía ser yo misma sin temor a que me juzgara.

A veces mirábamos el televisor, discutiendo sobre las telenovelas que a ella le gustaba ver, o sólo pasábamos el tiempo tejiendo o cocinando mientras me contaba anécdotas de su niñez, o simplemente hablábamos de cualquier cosa. Y de fondo, era común escuchar a Finnick y a Peeta desde su cuarto discutiendo sobre algún partido de futbol americano o jugando videojuegos.

Peeta y yo apenas y nos hablábamos, pero por supuesto que me fijaba en él.

Con el tiempo, todo fue cambiado. Me gradué de la preparatoria, entré a la universidad. Salí con un par de chicos, pero seguía sin poder sacármelo de la cabeza.

Crecimos, y con ello también aumentaba la tensión; con cada mirada, cada toque accidental. Entonces, aunque no quería, lo que sentía por él creció. Aumentó, hasta volverse abrumador.

Una parte, la egoísta, sigue esperanzada en que él algún día llegue a cambiar de opinión y decida casarse conmigo. Es lo que más deseo. Aunque sé que no debería hacerme ilusiones, porque lo conozco lo suficiente para saber que él no rompería un juramento como ese, ni siquiera por mí.

No debería ilusionarme, aunque es bastante difícil no hacerlo ahora que ha comenzado a quedarse más seguido a dormir. Ahora que todo parece ir mucho más enserio entre nosotros.

Siento que su brazo se desliza por mi cintura y su mano aprisiona mi espalda baja. Permanece con los ojos cerrados, pero se pega más a mí, y me besa el cuello.

—Buenos días —sonrío, y le acaricio el cabello.

No me responde, sus labios siguen recorriéndome el cuello. Sus dientes me rozan el lóbulo de la oreja.

—Veo que amaneciste bastante bien —le digo.

Se acomoda encima de mí, su pecho descansa sobre el mío.

—Tengo que ir al trabajo —hace una mueca—. Pero lo único que quiero hacer es quedarme el resto del día contigo... y hacerte el amor.

Le acaricio la mejilla.

—Yo también quiero quedarme contigo, pero tengo clase a las nueve.

Lo escucho gruñir. Se inclina un poco más.

—¿No puedes faltar? Me encantaría quedarme contigo el resto de la mañana.

No deja de verme. Su mano sube por mi piel desnuda debajo de la camiseta de tirantes y cubre mi pecho. Pasa su pulgar por el pezón. Me tenso, le aparece una sonrisa en la cara.

¿Y si el tiempo no lo cura todo? [Everllark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora