Epílogo

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Meto la llave en la cerradura y abro la puerta.

Qué día. Los pies me están matando, lo único que quiero es sentarme un rato en el sofá. Aunque, aún falta preparar la cena.

Cierro, y la encuentro de inmediato. Ella está sentada, con las piernas flexionadas en el suelo mientras recarga los brazos en la mesita de centro para seguir iluminando con los crayones de colores.

Parece que no me ha escuchado llegar.

Me acerco, y me hinco para quedar a su altura. Le doy un beso en la mejilla, veo que sonríe.

—¿No te he asustado? —le susurro.

Ella voltea y me mira. Niega con la cabeza.

—No mami.

Me abraza del cuello. Y cuando se separa, señalo el cuaderno.

—¿Hoy qué estás haciendo?

Toma la hoja, y me la enseña.

—Es una flor —sonríe—. ¿Te gusta? ¿La pondrás con las pinturas de tu trabajo?

También le sonrío. Tomo la hoja para mirarla. Asiento con la cabeza.

—La técnica es muy buena sin duda —le regresó el dibujo y la cargo, me la llevo a la cocina—. Tendré que hacer un par de llamadas para que accedan a ponerla con las otras pinturas —tomo el imán con forma de nube y lo uso para sujetar la hoja de papel en el refrigerador—. Por lo mientras, tendremos que exhibirlo aquí.

Me la quedo viendo. Y, a pesar de que ya han pasado casi seis años, me impresiona que ella sea nuestra. Me impresiona cada rasgo suyo que la hace parecerse tanto a Peeta, pero al mismo tiempo a mí.

El día que me enteré que ella vendría en camino, estaba desbordada de felicidad. Porque ya había desechado por completo la idea de que podría convertirme en madre algún día.

Si, también había miedo, mucho miedo. Porque temía perderla a ella también. Pero sabía que sería un error seguir ligando mi futuro con experiencias pasadas. Pensar que serían igual.

Peeta también lo tomó muy diferente a la primera vez. Lo vi realmente contento con la noticia. No era necesario que lo expresara con palabras. Con la manera en que se le iluminaba la mirada cada vez que él sentía cuando ella pateaba dentro de mí. O como cuando fuimos juntos a la primera ecografía. Cuando supimos que tendríamos una niña.

La vida es buena. Y aún duele pensar que hubo alguien antes de ella, alguien a quien no pudimos conocer ni tener la dicha de ser sus padres. Pero con Willow, somos mucho más felices de lo que alguna vez soñamos.

Ella me rodeea el cuello con los brazos, busco por el pasillo, pero no hay señales de Peeta.

—¿Y papá?

—Tal vez se quedó dormido —me dice.

Llegamos a la recámara, él ya está cambiado con la ropa para dormir. Me mira con sorpresa, igual a Willow.

—Creí que llegarías más tarde —me dice, mientras me da un beso en los labios.

—No había tanto tráfico.

Le echa un vistazo a Willow.

—Y creí que tú seguirías dormida. Desde que te recogí de la casa de tía Annie, no habías abierto los ojos para nada.

Ella le sonríe, extiende los brazos para que él la cargue. Se la doy.

—A mamá le gustó el dibujo que hice —le dice entusiasmada—. Dice que lo pondrá con las otras pinturas que compran en su trabajo.

¿Y si el tiempo no lo cura todo? [Everllark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora