Capítulo 33

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Toco la puerta y espero.

Puede que esto sea en verdad una mala idea. Y siendo sincera, ni siquiera sé qué hago aquí.

Bueno, sí que lo sé. Pero lo conozco, al igual que sus intenciones. Simplemente debería marcharme y...

Lo veo aparecer del otro lado. Tiene el cabello rubio oscuro desordenado, y alcanzo a distinguir la sorpresa en sus ojos. Una sorpresa que desaparece en un instante, y es reemplazada por una sonrisa de autosuficiencia.

—Pero a quién tenemos aquí —se cruza de brazos, me echa un rápido vistazo de arriba a abajo—. Te dije que terminarías volviendo. ¿Qué? ¿Te has cansado de fingir orgasmos cuando él te llevaba a la cama?

Suelto un suspiro, y comienza a arremolinarse en mi estómago esa sensación desagradable que mi cuerpo recuerda, y que surgía casi siempre que estaba con él.

—No vengo por eso —digo segura, me cruzo de brazos—. Una vez dijiste que podrías ayudarme. Decías que tu madre conocía a alguien que llevaba a practicantes de la facultad de arte para pasantías a Europa.

Alza una ceja, y asiente con la cabeza. Pero no parece estar prestando mucha atención.

—Mejor pasa —se hace a un lado y empuja la puerta—. Así podemos hablar más... tranquilos.

Le sostengo la mirada. Él también me mira.

Por supuesto que conozco sus intenciones. Pero sería estúpido irme ahora que ya he llegado hasta acá.

Suspiro, y entro. Alcanzo a notar de reojo la sonrisa de satisfacción, lo escucho cerrar la puerta.

Le echo un vistazo a la casa. Y, tal cual a como recuerdo, todo es un desastre. Hay latas de cerveza por todos lados, ropa y muchas envolturas de comida chatarra.

Me siento en el sillón, él se queda frente a mí, mirándome.

—Vayamos a la habitación, ahí tendremos más privacidad.

—No hay nadie, y dudo que esto sea un asunto privado.

Bufa, irritado. Jala el puff verde y se sienta frente a mí.

—¿A dónde han ido todos? —inquiero—. Esto siempre está lleno de personas.

—Soy el único perdedor que se ha quedado en casa —se incorpora un poco—. Con la ceremonia de graduación tan cerca..., ya sabes.

Asiento con la cabeza. Con todo lo que ha pasado, ni siquiera lo recordaba.

Esperaba compartir ese día con las personas que me importan. Pero Johanna está tan atareada con la pasantía, que me ha dicho que es probable que no le den permiso para venir. Y Peeta...

Trago.

—Si bueno, seré breve —continúo—. No pienso pedirte que convenzas a tu madre de alguna forma, sólo quisiera poder hablar con ella para conocer los requisitos. He estado pensándolo estos días y...

—Recuerdo cuando solíamos meternos mano —me interrumpe. Sigue mirándome, es como si estuviera perdido en su propio mundo—. Aunque jamás dejaste que llegaramos a más. Nunca pude entenderlo.

Frunzo el ceño.

—¿Si quiera estás escuchando? —sólo se encoge de hombros—. Además..., no iba a hacerlo. No en una casa que siempre estaba repleta de chicos y en una cama donde han pasado cientos de mujeres.

Lo veo sonreír, y reírse. Comienzo a cabrearme por su actitud idiota.

Me levanto, harta. Me imita.

—Esto ha sido un terrible error. Me largo.

¿Y si el tiempo no lo cura todo? [Everllark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora