Al final podré ser Horacio

Kilómetros entre nosotros

Estaba inseguro frente a esa puerta, desde fuera ya podía notar que no había nadie viviendo en ese lugar, la acostumbrada pequeña flor pegada a la puerta, que él ponía para que a pesar del día de mierda que tuviese entrara sonriendo a casa, hace mucho se había marchitado. No tenía más opción que entrar; cuando lo hizo el sol que entró por las ventadas lo deslumbró un segundo, pero luego pudo ver su casa como siempre la recordó, pero con el detalle que todo estaba cubierto por una pequeña capa de polvo.

Suspiró y caminó, primero a la cocina y encontró todo el menaje intacto. Luego con pesadez caminó por el comedor y su sala de estar, todos los floreros y adornos seguían ahí. El lugar al que más temía entrar era el dormitorio principal pero lo hizo, las sábanas estaban quitadas, ese pequeño detalle llamó su atención, pero siguió su camino al baño, específicamente a lado que no era el suyo, en donde pensaba encontrar el lugar lleno de cremas y maquillaje regado, pero no lo hizo, si algo se llevaría sería de seguro eso. Se maldijo por milésima vez.

Regresó a la sala, y sin importarle ensuciar su pantalón de vestir se sentó en uno de los muebles llenos de polvo. Observó la mesa de centro, acordándose de la foto que tenían ahí, cuando vio un pequeño vidrio bajo la mesa, esa mesa que había acompañado cientos de cenas trasnochadas, y tardes de películas. Se agachó a ver mejor y encontró el portarretratos en el piso con el vidrio roto, lo recogió y acomodó la foto en el marco sin vidrio y ese fue el momento en que no pudo retener las lágrimas que se le habían estado acumulando en la garganta, pecho, corazón.

─ Mierda mierda mierda... ─ dijo apretando el marco hasta casi hacerse daño.

Vio la imagen que sostenía en sus manos, estaba borrosa por las lágrimas, pero jamás olvidaría esa imagen, la tenía muy grabada en su memoria. En esta estaba él mismo sonriendo y abrazándolo, pablito y perla entre sus piernas, ese día de campo lo pasaron muy bien. De pronto recordó el día que pablito murió y lo triste que estuvo Horacio, no pudo superar la tristeza por al menos un mes. Se maldijo nuevamente.

Lo primero que había hecho al llegar a la ciudad fue llamarlo, pero el número no existía; a la segunda persona que llamó fue a la señora que siempre les cuidaba a las mascotas cuando salían, intentó averiguar si sabía algo, y lo que le dijo fue que no había visto mucho a Horacio, desde que perla falleció, lo que fue varios meses atrás. ¿Cómo habría estado con la muerte de perla? ¿y solo? se sintió la peor persona del mundo.

Se limpió las lágrimas para luego hacer lo mismo con el portarretratos, sin dudar lo metió en su maleta. Se puso de pie pensando que entendía su partida por completo, ¿quién quisiera estar ahí luego de todo lo que pasó? ¿Pero a dónde iría? Caminó un poco por la casa pensando, lo único que quería era encontrarlo y hablar con él, aclarar las cosas y si era posible recuperar lo que perdieron.

─ ¿Será? ─ dijo en voz alta ─ en su lugar yo hubiese ido al mismo lugar.

Caminó decidido hacia la puerta, tenía que hacer un par de llamadas para averiguar algunas cosas, pero estaba casi seguro que iba a estar en Los Santos, lo sentía. Antes de salir miró el departamento por última vez, ni se molestó en recoger la ropa que había dejado; se quitó el sombrero y se colocó el cubre bocas que se había quitado en el ascensor, logrando así ocultar la mitad de su rostro, se volvió a poner su sombrero no sin antes peinar un poco su cabello plateado.

─ Ya naydu tebya (Te encontraré). ─ dijo al viento, deseando que al menos un poco de Horacio haya quedado ahí, para que pueda sentir su determinación de volver a verlo.

Cerró la puerta haciendo la lista de las personas a las que podía llamar antes de ir al aeropuerto para tomar un vuelo camino a Los Santos.