Epílogo

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Se sentía muy helado, no podía mover ninguna de sus extremidades por más que lo intentara, se vio a sí mismo y se descubrió atado de manos y pies, intentó zafarse pero no pudo, no tenía fuerzas, quiso gritar y la voz se quedó atorada en su seca garganta, cerró los ojos con fuerza de impotencia y escuchó unos pasos acercarse, sintió miedo, mucho miedo, abrió los ojos y no vio nada a su alrededor, solo oscuridad y escuchaba los pasos más y más cerca, quería huir pero no podía, pasos cada vez más y más cerca de él, sintió un aliento sobre su rostro, de alguien invisible a su vista, y como un frío metal apretaba su hombro, pudo sentir el dolor de su piel siendo desgarrada y atravesada, nuevamente quería gritar, el metal abandonó su hombro y pasó a su cuello, nuevamente el dolor, sintió su sangre ser derramada, levantó ambas manos atadas y las llevó a su cuello tratando de detenerla, no podía hacer nada, sentía como sus dedos eran bañados por la tibia sangre, lo sabía, moriría, y no había podido despedirse, no había podido decirle que lo amaba, que siga viviendo aunque sin el, que lo extrañaría pero que lo esperaría la eternidad necesaria a su reencuentro, pero que no se rindiera, que quería verlo ser feliz por los dos...

─ Viktor... ─ susurró.

─ Horacio... ─ sintió como unas manos pasaban por su rostro ─ moya lyubov' despierta, acá estoy.

Horacio abrió los ojos de golpe encontrándose con el celeste de unos orbes que le miraban preocupado. Sin decir palabra solo se abrazó a él y dejó que las pequeñas caricias en su espalda le relajasen poco a poco, "te amo", pensó. Había tenido esa pesadilla, había pasado mucho tiempo desde la última vez, pero como siempre, a su pesar, lograba atormentarlo.

─ Ya pasó, estoy aquí ─ le dijo Volkov mientras besaba su coronilla.

─ Gracias bebé... ─ Horacio susurró contra la piel de su pecho.

Siguieron abrazados largo rato sin decir nada, solo acariciándose mutuamente, Volkov le llenaba de pequeños besos en la cabeza susurrando palabras cariñosas en ruso.

Luego de un tiempo la puerta de la habitación se abrió lentamente haciendo que Horacio ya calmado, levantara la mirada por sobre los brazos que le envolvían, Volkov se revolvió también observando la entrada. Ambos hombres distinguieron el pequeño peso que repentinamente invadió su espacio.

─ Mika ─ dijo Volkov ─ ¿Dónde andabas traviesa? ─ dijo alcanzando a la gata y acariciándola tras las orejas.

─ La encontré enrollada en un mueble de la sala ─ la respuesta se hizo oír por la melodiosa voz del joven que se encontraba de pie en el umbral de la puerta ─ tal parece que la dejaron fuera al irse a dormir.

─ No estaba durmiendo hijo ─ le respondió Volkov ─ sabes bien que si no estás en casa no puedo hacerlo. No puedo decir lo mismo de tu otro padre.

─ Hey, no estaba durmiendo ─ dijo Horacio sentándose en la cama y mirando con cariño al joven de cabello castaño que lo observaba.

─ Claro, y los ronquidos eran... ¿de quién? Mika no se encontraba en la habitación.

Horacio hizo un gesto con la mano a su esposo descartando su comentario.

─ ¿Cómo te fue en tu cita? ¿Todo bien? ─ dijo Horacio cuestionando a su hijo.

─ Bien... se podría decir que si. El tío Gus me trajo a casa, estaba en el pub por casualidad.

Volkov sonrió al escuchar eso, ya que sabía que eso, de casualidad, no tenía nada.

─ ¿Y funcionó? ─ Horacio no se aguantaba por saber si la muy conocida técnica de confesión le había funcionado como a él.

─ Deja en paz a mi hijo Horacio... ─ dijo Volkov recostado aún en la cama.

Al final podré ser HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora