PRIMERA PARTE: EL ACCIDENTE
Punto de vista de Mateo
La noticia de la explosión de uno de los ascensores se ha esparcido con una velocidad impresionante. Aún mi corazón late desbocado, aunque hace rato que ya dejé de correr. La explosión es la nota de último momento. Es lo único que hay en los medios. He revisado más de tres veces el calendario y no puedo sacarme de la cabeza que la madre de Ariel y María haya programado su chequeo médico hoy... si lo hubieran programado hoy, yo me hubiera enterado.
Me levanto, dejo la oficina y registro la salida, no sale de mi cabeza que el chequeo médico está próximo, para quitarme de dudas he decido ir al hospital que fue asignado para recibir a los sobrevivientes.
Nos conocemos desde que éramos niños. Quiero a la madre de Ariel y María como si fuera la mía, las quiero a ellas como si fueran mis hermanas.
—Una lista, quiero una lista de los heridos —reclamo, en cuanto llego, pero nadie de personal me la proporciona—. Con una mierda soy Mateo Harel, quiero una lista de los heridos.
La enfermera encargada del registro me ve a los ojos, muy seriamente, mientras que extiendo mi brazo para que escanee el código de barras subcutáneo, por si no me cree. Pasa el escáner de la tableta con la que trabaja, y luego con un asentimiento me da la lista que he pedido.
Los nombres están acomodados alfabéticamente, el primero que encuentro es el nombre de Ariel, seguido por el de María... no encontré el de su madre. Sentí un pesado nudo en el estómago, pero al menos ellas estaban vivas, saberlo me da alivio. Lo segundo que hago, después de haberlas encontrado en la lista, es ver las razones por las que han sido hospitalizadas. Ariel tiene un golpe en la cabeza y quemaduras de primer grado en las manos. María es la que más grave está, quemaduras de segundo grado desde atrás de la oreja izquierda, el hombro y el costado izquierdo, la pierna izquierda destrozada.
—Yo me ocuparé de todos los gastos médicos de las Velt, lo que sea necesario, ¿me escuchaste?
—Pero, señor...
—No me importa, lo que sea necesario. —repito, extendiendo, de nuevo, el brazo para que acceda al código subcutáneo y cargue el cobro actual y los futuros.
—¡No se atreva! —escucho la voz de Ariel.
Volteo a verla, me impresiona, está tan herida y no parece vulnerable, ella siempre ha sido fuerte.
—No le haga caso. —le digo a la enfermera, y mantengo el brazo extendido.
La enfermera obedece a pesar de las protestas de Ariel. Escucho el pitido de que los cobros médicos han sido cargados a mi cuenta. No he dejado de mirarla.
—No tienes el dinero para costear la cirugía que, seguramente, María necesita —al parecer eso la calma—. Lamento lo de tu mamá.
Despacio he puesto las manos sobre los hombros de ella, siento cómo da el respingo, maldigo interiormente, tenía que haberlo sabido... ella es como mi hermana, debí protegerla mejor.
—¿¡Lo lamentas!? —grita, y se aleja de mi agarre—. ¡Mi madre está muerta y mi hermana es la que está agonizando, Mateo, ella sólo tiene once años! —grita, al mismo tiempo empieza a empujarme, pero yo no puedo reaccionar, me ha llamado por mi nombre, no Mati, como lo había hecho desde que éramos pequeños.
Las vendas se empiezan a manchar de sangre.
—Cálmate, Ariel. —le agarro las muñecas—. Enfermera... —llamo para que la atienda.
La enfermera viene con nosotros, y se lleva a Ariel a un cubículo, donde cambia las vendas ensangrentadas por unas limpias y nuevas. El silencio nos envuelve, pero no dejamos de mirarnos. Pocos minutos después se va la enfermera.
—Es tu culpa.
—¿Mía?
—Sí. —responde, había dejado de mirarme.
—¿Cómo?
—¿Te acuerdas de ese juego que nos enseñó tu tía?
—El ajedrez, ¿verdad?
—Sí. —dice con un asentimiento—. Tú eres como esas piezas que se mueve para todos lados y puede arrasar con todo lo que esté a su paso.
—No te entiendo.
—Se supone que esto no debe pasar en el Centro, pasa en los exteriores, pero no en el Centro. Esto no fue un accidente.
—Cállate, Ariel, no digas eso, van a venir por ti. —la agarro por los hombros sin importarme su respingo—. ¿Y si vienen por ti quién se va a ocupar de María? —ella me voltea a ver, con los ojos brillosos—. Si eso pasara yo me ocuparía de ella, pero ahorita han perdido a su madre, piensa en María.
—María... —murmura Ariel como si estuviera perdida y luego se pone a llorar.
Yo nunca la había visto llorar después de lo de su padrastro. Ella es fuerte... pero ahora parece más vulnerable, no sé cómo proceder, si abrazarla o solamente seguir agarrándole los hombros. Finalmente me decido a abrazarla, pero ella me empuja.
—Deberías irte.
—Quiero ver a María.
—No.
—Échame la culpa de lo que quieras pero yo veré a María. —le digo, mirándola a los ojos.
Ella asiente, poco convencida y la dejo llevarme a donde está la niña.
Entro al cuarto de hospital, Ariel había estado delante de mí. María duerme, está boca abajo por la herida en la espalda, la pierna está cubierta por la sábana de hospital, hay una gran mancha roja. Tengo un nudo en la garganta, una piedra en el estómago. Paso los nudillos por la mejilla de María, pobre niña.
—Vete, Mateo. —escucho la voz lúgubre de Ariel.
—No más acepta que pague todo.
—Yo no importo, paga lo de María.
—Pagaré todo. —repito. Salgo del cuarto—. De ahora en adelante, yo me ocuparé de todo lo concerniente a María, sin peros.
Me voy antes de que Ariel diga algo.
Voy directo con los técnicos para que sincronicen la cuenta de María con la mía. Sigo sin entender a qué se refería Ariel con lo de la pieza de ajedrez. El procedimiento no toma mucho, ya todo gasto de María correrá por mi cuenta.
Se ha hecho tarde sin que me diera cuenta. La madre de Ariel y María ha muerto, y ellas dos están hospitalizadas. Llego a mi casa, es la que llaman celular, porque es pequeña, con lo básico, según los expertos arquitectos, treintaiséis metros cuadrados de construcción, perfectos para parejas jóvenes o solteros.
Me siento en el sillón. Me he desabrochado la camisa, ahora más, en la tranquilidad y privacidad de mi casa pienso en las palabras de Ariel: "... no fue un accidente...". Si no lo fue, ¿qué razón tendrían para hacerlo? ¿Qué tendría yo que ver? ¿Por qué la pieza de ajedrez?
Caigo dormido del cansancio, quedándome en el sillón.
Al despertarme, todo adolorido por la posición en la que dormí. Veo mi pequeño departamento y me acuerdo de cuando pedí la lista de heridos... cuando la enfermera confirmó mi identidad su actitud para conmigo cambió completamente. Entonces comprendo lo que Ariel quiso decir, al compararme con una pieza de ajedrez.
Al final de cuentas, el Gobierno dicta que todos somos ciudadanos, pero yo tengo un rango mayor que el de la enfermera, que el de Ariel y María. Sin embargo, no sé qué razón podría tener el Gobierno para provocar el accidente. Creo que lo del ascensor es eso a lo que se le llama "el fin justifica los medios", las preguntas siguen siendo: ¿cuál?, ¿por qué?
¿Y si los del accidente también eran piezas en el tablero de ajedrez? De pronto caigo en la cuenta que no soy de esas piezas importantes, o bien ninguna pieza es importante, ni siquiera el rey, sólo el que está arriba, el que lo ve todo, el que mueve todas las piezas. Parece que después de todo, incluso el rey es una pieza dentro del juego.
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Ciudadanos
Science FictionUn grupo de personas intenta salir de su Ciudad, un enorme edificio donde los pisos más bajos son los más pobres, no así lo más altos, hacia un mundo desconocido y peligroso, diferente del que han conocido en la Ciudad, donde la desolación y la muer...