Quinta Parte: Refugiados
Punto de vista de Liz
Es de noche y hace mucho calor, Elin y yo venimos en la cabina de manejo, yo estoy al volante porque Elin me cedió su turno de manejar. Escucho el suave ronroneo del motor. En la caja vienen todos los hombres recostados, desde el más grande hasta el más pequeño.
—¿Alán se quedó tranquilo? –le pregunto a Elin para sacar un tema de conversación.
—Sí, aunque sufre mucho el calor. –responde ella, con una sonrisa.
Serán tres horas al volante, con la misma dirección, al nordeste. Será el tiempo suficiente, antes de que Alán se despierte y pida más comida. Ahorita es mi papá el que lo está cuidando.
—No quiero que pienses que estoy enojada contigo. –le digo a Elin, casi no hemos hablado desde que mi mamá murió... pensarlo me encoge el estómago.
—¿Por qué iba a pensarlo? –pregunta de forma pensativa–. Sé que las cosas se dieron muy rápido por mi causa, que tus padres hubieran esperado a que naciera Alán, la realidad es que sí me siento culpable. –concluye.
—No tendrías por qué. –digo pensativamente–. En tiempos del hubiera todo parece mejor.
—Sí, todo parece mejor. –Elin me da la razón con un suspiro.
El ambiente se ha puesto caldeado y no era eso lo que quería.
—¿Qué se siente? –le pregunto, con la esperanza de que este silencio incómodo cambie.
—¿Qué cosa? ¿El embarazo? –pregunta ella.
—Sí. –le digo, asintiendo al mismo tiempo.
—Es raro. –dice ella, yo no la veo directamente, pero por el rabillo del ojo distingo que se lleva una mano al vientre–, pero agradable, lindo...
—¿Fue adrede? –volteo a verla por un instante.
—¡Claro que no! Yo seguí todas las indicaciones como son, no se me pasó ninguna pastilla.
—¿Segura? –pregunto un poco extrañada.
—Es a ti a la que se le pasan las pastillas y me estás preguntando si estoy segura. –dice Elin desesperada.
—Es por eso que me extraña. –digo–. Hubiera sido más probable que fuera yo y no tú.
Elin sonríe y yo igual.
—Liz... –me dice ella con un tono quizá más serio que cuando empezamos a platicar.
—¿Mmh? –pregunto yo, mirando al frente, pero ya tengo los hombros rígidos y los dedos apretados contra el volante.
—Gracias. –dice, con voz queda, como si tuviera un nudo en la garganta–. Gracias por hacer todo esto por mí.
Detengo la marcha del carro, pongo el cambio en neutral, y es que no puedo ver por las lágrimas. Esas palabras de Elin son la única manera que ella sabe para pedir perdón, que no tiene qué, pero lo hace porque se siente culpable por la muerte de mi mamá y la condición en la que está mi papá.
—De alguna manera, Elin, todo esto era inevitable, no pienses que eres, ni te sientas culpable por esto. –le digo y la abrazo.
Cuando soltamos el abrazo, las dos nos limpiamos las lágrimas. Así, más tranquilas, empiezo la marcha del carro otra vez.
Hace un rato que platiqué con Elin, ella se ha quedado dormida. Debe estar más cansada de lo que aparenta, hasta donde sé un bebé recién nacido es muy exigente. Decido detener el carro y preguntarle a alguien más que me acompañe.

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Ciudadanos
Fiksi IlmiahUn grupo de personas intenta salir de su Ciudad, un enorme edificio donde los pisos más bajos son los más pobres, no así lo más altos, hacia un mundo desconocido y peligroso, diferente del que han conocido en la Ciudad, donde la desolación y la muer...