20. Decisión

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TERCERA PARTE: FUGITIVOS

Punto de vista de María


Después de limpiar y suturar la herida de Rafael, me ocupé de los otros, retiré el chip tan quirúrgicamente, como fue posible, bajo las circunstancias en las que estamos en este momento, lo mejor que pude hacer fue abrir una herida, remover el chip, limpiar y suturar. Después hervir y limpiar los instrumentos para repetir. Levi, Joshua, Elin, Liz, Marcos y al final Mateo.

-Tú vas a ocuparte de mi chip. -le digo a Mateo, cuando termino con el último punto.

Él traga un nudo y asiente. Esperamos a que quedaran todos los instrumentos limpios y esterilizados, mientras los demás se hacen cargo de la lumbre, el agua y más comida. En minutos los instrumentos están listos, Mateo agarra una jeringa nueva y me aplica un poco de analgésico por encima de donde está el chip.

La navaja tiembla en su mano, por encima de mi brazo, tomándose su tiempo antes de hacer alguna incisión, yo le sonrío como intentando tranquilizarlo, que no importa, que esto es importante.

-Yo lo haré, papá. -dice Liz, le quita la navaja de la mano.

Mateo se ha sentado detrás de mí, su frente contra mi hombro abrazándome con un brazo y con la otra mano acariciando mi vientre. Liz hace todo rápido, con precisión, limpieza y cuidado.

-Mamá... -murmura Liz, sus ojos están brillantes, yo le sonrío, suspiro y luego acepto su abrazo.

Decidimos no quemar los chips al menos no mientras siguiéramos cerca de Sekail, para no levantar sospechas, porque una vez quemados los chips el Gobierno podría sospechar y aparecerse aquí de inmediato antes de que nos vayamos.

Contengo la respiración y aprieto los dientes. El dolor cede. Faltan todavía seis semanas para la fecha programada del parto, pero ha sido tanto el estrés, y hoy esta caminata, que siento muy fuertes las contracciones.

-¿María? -escucho la voz de Mateo, es un susurro, los demás están dormidos-. ¿Todo está bien? -pregunta.

-Sí, -le digo-, eso creo. -comento.

Mateo se sienta al lado mío y acaricia mi espalda. No sé más de lo que he estudiado y experimentado o lo que he visto según las pacientes que he atendido.

El intenso dolor me atraviesa desde el vientre y las caderas por toda la espalda, no hago más que apretar los dientes y contener el aliento, enterrar las uñas en la arena.

-¿Segura? -pregunta él con preocupación.

Yo puedo ver en sus ojos lo que está pensando. Nosotros habíamos planeado irnos en cuanto naciera el bebé, no iba a ser fácil, no habíamos tenido tiempo para convencer a ni a Liz ni a Levi... y tampoco había posibilidad de irnos y dejarlos en Sekail.

Pero un día apareció Elin, lastimada y me ofrecí a atenderla, no sé por qué, pues siempre que los tenía cerca se me erizaban los vellos de la nuca, quizá fue porque aún recordaba a la pequeña que visitaba a Liz y me veía con ilusión. Saber que estaba embarazada no me sorprendió mucho, después de todo, a pesar de los anticonceptivos y las Leyes de Control de Natalidad, sucede con bastante frecuencia; lo que sí, fue que ella me preguntó por Liz y yo ya sabía por qué.

-No, en realidad, no... -respondo la pregunta de Mateo

Oh, Dios, si es que existes, quisiera que mi mamá estuviera aquí, quisiera a Ariel, también. Tengo tanto miedo, porque hemos emprendido un viaje sin retorno, una travesía peligrosa en busca de... libertad.

-Todo irá bien. -me dice Mateo, tratando de tranquilizarme y pasando suavemente sus dedos por mi espalda.

En cuanto entra la siguiente contracción, lo abrazo, enredo los dedos en su sudadera, tan fuerte que se me empiezan a entumir. Contengo los gemidos de dolor pero es imposible cada vez se sienten más fuertes las contracciones. Lentamente empiezan a despertarse los demás y así todos se ponen en acción: agua caliente, ropa limpia, los instrumentos quirúrgicos, si son necesarios.

Es un momento en que el dolor nubla mis pensamientos. Una respiración profunda, y contengo un grito contra los dientes, aprieto bruscamente la mano de Mateo. Luego escucho un chillido. Es mi bebé. Mi hijo. Siento el corazón latir rápidamente, lágrimas de felicidad escapan de mis ojos.

-¿Ves? Te dije que todo iría bien. -dice Mateo detrás de mí, besando mi sien.

Estoy sudada, cansada, dolorida, pero sólo quiero sostener a mi bebé entre mis brazos.

-Mira. -dice Liz, pasándome al bebé, con una sonrisa-. Es un niño.

-Sí, ya lo sabía. -respondo, agarrando al bebé con ambas manos, una por debajo de su nuca y la otra en su espalda.

Las lágrimas no han dejado de salir de mis ojos.

-Hola, Alán. -saluda Mateo, pasando el dedo por la mejilla del pequeño.

Ya es muy noche, cuando vuelvo a abrir los ojos. Siento el golpe de aire frío contra la humedad de mi ropa. Huele a sangre. Con dificultad me remuevo, hasta acomodarme boca arriba, sonrío entre lágrimas. Miro a Alán que duerme tranquilo entre las cobijas, a un lado mío, acaricio su rostro con un dedo y éste deja una huella de sangre. Contengo una risa histérica.

Las piernas me tiemblan, apenas puedo mantenerme en pie, estoy tan débil, dolorida y cansada. Hago puño las manos, y siento cómo los chips se me encajan en la palma y entre las uñas. Hago el camino de regreso. Tengo que ser fuerte, este sacrificio es necesario, y espero lo comprendan Liz, Levi y Mateo, Alán los necesita más ahora, ellos son la última esperanza de él y del bebé de Elin.

Con pasos tambaleantes, después de horas de caminata, por fin veo los muros de Sekail, enormes, inaccesibles, indestructibles. Del cansancio tengo la vista borrosa, ni siquiera puedo levantar los pies y los ando arrastrando.

Un primer silbido, seguido de un roce contra mi brazo izquierdo, un segundo silbido que me golpea sobre el hombro derecho. Fijo la vista con mucha dificultad, no hay personas, pero sí las armas que pronto empiezan a disparar directo hacia mí.

Las balas atraviesan mi piel, mi carne, queman donde pasan. Sintiendo cómo la sangre escurre, y mi ropa ya no puede absorberla, se siente tan pesada.

Caigo de rodillas. Espero que todos sepan cuánto los amo.

Frío. Miedo. Esperanza.

Oscuridad.


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Porque sé, MaJo, que la querías tanto como yo.

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