QUINTA PARTE: REFUGIADOS
PUNTO DE VISTA DE RAFAEL
Abro los ojos y estoy recostado en el asiento delantero de la cabina de la camioneta. Poco a poco me acuerdo de lo que sucedió el día anterior: Me habían disparado en el estómago, y me quedé inconsciente. A un lado mío, está Mateo dormido, detrás, en la caja encuentro a los demás.
—Ya te despertaste. –me asegura Joshua acercándose a mí, que estoy del lado del pasajero.
Mi ropa esta tiesa y roja, huele a sangre. Me salgo del carro, y me quito la camiseta sucia; delante de mí sigue Joshua, que me examina detenidamente.
—¿Qué? –pregunto, incómodo por su mirada.
—Tu camiseta tiene una enorme mancha de sangre de ninguna herida.
—Podría no ser mi sangre. –le replico.
—Podría. –responde.
Yo no le digo nada, no tiene caso. Camino hacia la caja, con la camiseta sucia en la mano todavía. Mi mochila está hasta el fondo y no quiero despertar a nadie, todavía es muy temprano y merecen un descanso, después de todas las carreras que tuvimos que hacer para llegar hasta aquí, más el estrés por el temor a que nos atraparan o el dolor por la pérdida de un ser querido, y no puedo evitar ver a Liz, y luego a Elin que a pesar de la distancia física que provoca el niño entre ellos, logra tocar a Marcos.
Alcanzo a agarrar una camiseta y unos pantalones de los soldados que Marcos y yo desvestimos. De toda la ropa que trajimos, se complementan ocho trajes en buen estado, los otros seis tienen agujeros y manchas de sangre, son catorce trajes: entre la camiseta, el blazer gris y el pantalón del mismo color, también las botas, la verdad es que nunca sobra ropa, nada de nada. Me saco las botas y luego el pantalón. Me visto de nuevo con la ropa limpia, cuando estoy abrochándome siento la mirada de Joshua.
—¿Ahora qué? –pregunto desesperado.
—Somos iguales. –escucho que me dice.
—¿Eso qué significa? –aunque su comentario me ha llamado la atención, finjo indiferencia.
—Yo también puedo curarme rápidamente de heridas que deberían ser mortales, entro como en un estado de hibernación, como tú; además de lo que le dijiste a Marcos de que tú eras como los soldados con los que lucharon.
—¿Y qué quieres que haga, que te aplauda? –le pregunto, mientras me inclino para abrocharme las botas.
—Que me digas lo que sabes, que me enseñes...
—No hay nada que enseñar, lo único que tienes que aprender es a sobrevivir y eso ya lo estás aprendiendo tú solito. –respondo.
—¿Pero cómo es que soy así?
—¿Si la pregunta es si naciste así? Creo que sí. –le digo para su sorpresa–. Por eso pienso que es importante el embarazo de Elin.
—¿Por qué? –pregunta él, casi inocentemente.
—¿Qué dicen las leyes de natalidad?
—Ningún menor debe engendrar. –responde Joshua casi automáticamente.
—Y por eso les dan pastillas anticonceptivas, ¿verdad? –él asiente–. Mi pregunta es, ¿cómo es posible que Elin haya quedado embarazada si estaba tomando pastillas?
—Pudo haber olvidado tomar la pastilla una vez.
—Eso lo averiguaremos pronto. –le digo a Joshua–. Hay que mover a Mateo.
Joshua y yo lo movemos hacia la caja, Mateo se despierta y nos ayuda un poco, él solo se acomoda en la orilla, junto a Levi y Liz. Me regreso al volante, y Joshua se sienta en el asiento del pasajero. Prendo el motor e inicio la marcha.

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Ciudadanos
Science FictionUn grupo de personas intenta salir de su Ciudad, un enorme edificio donde los pisos más bajos son los más pobres, no así lo más altos, hacia un mundo desconocido y peligroso, diferente del que han conocido en la Ciudad, donde la desolación y la muer...