Capítulo VIII: Torturas de dolor y Placer (+18)

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Capítulo Escrito por @Ofiuco y editado por @Pyresofvaranasi 


Este capítulo contiene ESCENAS DE CONTENIDO SEXUAL EXPLICITO, si no eres mayor de edad por favor no sigas leyendo.   


CAPÍTULO VIII: TORTURAS DE DOLOR Y PLACER

-Deberá matar a un centauro -indicó Snape.

Helena se paralizó, en esa oficina de la Torre Oscura.

Desde el siglo XIX, nadie utilizaba el despacho del cuarto piso. Probablemente había sido del encargado de las celdas, y por un conjuro se mantenía limpia, con escritorio de caoba, silla alta, libreros a los costados, cuadros en las paredes; un sofá para visitas y una pesada cortina color bordó, en una alta ventana abierta, por la que llegaba, apagado, un ensayo del coro en el Patio de Transformaciones.

El canto, armonioso, al aire libre para aprovechar el buen tiempo, contrastó con las palabras de Snape y la expresión intranquila de Helena.

-Usted va a matarme, ¿no lo ha olvidado, cierto? –ironizó Snape- Entonces, aunque conozca la técnica del homicidio, debe tener experiencia arrebatando alguna vida, antes del momento decisivo.

-No, yo no puedo...

-Será un examen parcial. Necesita practicar para que no falle conmigo.

Ella le recordó días pasados.

-Me ha puesto a torturar arañas y pequeños animales, eso debe ser suficiente...

Fue difícil aplicar crucios en animales fantásticos que Snape le trajo o que cazó en el Bosque Prohibido. Y como aquello amenazaba con llegar a oídos de Hagrid, el profesor terminó por aniquilarlos.

O los mató ella misma.

Snape estuvo enseñando a una reacia Helena sobre la manera de lanzar los decretos verbales, mantener el rayo desde la varita y vencer su propia resistencia a herir.

Al inicio, ella había llorado y desplomado en la hierba, pero se vio forzada a continuar bajo las amenazas de Snape y su propia promesa de esforzarse.

Al cabo del tercer animal atacado, Helena terminó por embotarse en buena medida, distanciándose del chillar y retorcerse de las arañas bajo la tortura. Para reducir el sufrimiento de los seres, desde la mitad de la lección optó por poner fin a sus vidas lo más rápido posible.

A Helena le temblaron las manos. Respondía a Snape que no por ser seres pequeños, eran menos importantes que ellos mismos.

-Ellos o usted. Ya lo sabe –le respondió él.

La araña se retorcía por el rayo que le lanzaba Helena y Snape le planteó:

-Supongamos que una araña gigante tiene dos opciones. Una, es a comerse a veinte brujas y la segunda, es comerse a un ser amado suyo, Swan. Y usted va a elegir a quiénes devorará. O a las veinte o a su ser amado. Usted puede salvar solo a las veinte o solo a su ser amado. Es más valioso salvar a veinte personas, que a una. ¿Qué elegiría?

La parte buena, si algo de eso existía en esos dilemas, fue que, al cabo de aniquilar diez arañas y cinco pequeñas entidades silvestres en varios días, Helena había sometido a Snape a sesiones de besos en el Bosque.

Fueron besos culpables, pero el placer le amortiguó el horror.

Helena besó a Snape larga y ansiosamente, tirándolo del cabello, besándolo con odio por lo que la obligaba a hacer; con ira por no poder negarse y con deseo sediento por la boca del profesor y por tocar su cuerpo; deseo por sus besos posesivos en una mezcla de emociones que al final la llenó de indiferencia por los animales que torturó, parecida a la de un delincuente.

Corazón ViolentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora