Cita a ciegas

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«Nunca sabes quién está detrás de una pantalla.
No confíes ciegamente en alguien que jamás has visto personalmente»

Estaba revisando la página en donde volcaba mi arte mediante frases que se me ocurrían y, de pronto, llegó un mensaje privado.
Lo abrí unos minutos después para encontrarme con alguien que quería hacerme unas preguntas, era un/a interesado/a en la persona que escribía tales frases.

No le vi un lado negativo y respondí adecuadamente.

La persona del otro lado era hombre, me respondió que estábamos en el mismo país y sin haberle preguntado sobre su provincia y demás, él me lo cuenta y descubrimos que vivimos en ciudades vecinas.

Tanta coincidencia me hizo encender alarmas en mi cabeza.

No podía estar segura si era alguien bueno o no, si me conocía o solo buscaba que nos escribamos. Aún así no preguntó más y eso hizo que yo me tranquilice e interese.

Estuvimos mes y medio escribiéndonos, contándonos cosas importantes el uno al otro y podía sentir el crecimiento de algo.

Me gustaba la persona que era sin conocer su físico.

Decidimos tener una cita para conocernos personalmente, prácticamente era una cita a ciegas.

Fui allí, el lugar estaba vacío excepto por el dueño y una hermosa mesa decorada para la ocasión.

Me senté y el dueño me dijo lo que planeó mi cita, quería que la cita sea de verdad a ciegas y por eso, antes de que él llegue se apagarían las luces.

No sé qué expresión tenía en el rostro porque el dueño sonrió y se fue.

Pasaron unos minutos en que el dueño trajo todo para la cena y dijo:

—No se preocupe, señorita, el joven está por entrar. Yo me iré y ustedes se quedan solos. Él entrará y apagará todo, eso le daría la oportunidad de al menos, verlo de espalda. —guiñó un ojo y desapareció de mi vista.

La cita a ciegas, y ahora a oscuras, se me estaba viniendo encima y yo no sabía si salir corriendo por lo raro de la situación o quedarme y pasar por ella.

Escuché la puerta del frente, miré hacia allí y vi un hombre alto y castaño que estaba de espalda.
Poseía espalda ancha y caderas estrechas.

Apagó la luz.

Sentí pasos y una silla moverse de lugar en la mesa donde estaba.

—Carol, aquí estoy. —tomó mi mano y la apretó.

No sé cómo la encontró en la oscuridad, pero no iba a darle un segundo pensamiento a eso debido a que su voz me alteró por dentro.
Era una voz suavemente gruesa.

—Lucio, no sabes lo nerviosa que me pone todo esto, no poder ver me intriga más. —lo escuché reír bajito y empezamos a probar, como se podía, lo que había en el plato.

Su perfume me estaba mareando de una manera loca. No lo conocía pero sentir su respiración, su olor y la intriga de no verlo, me estaba subiendo la temperatura de una manera que me avergonzaba.

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