Ruso

21.3K 165 7
                                    

Estaba casada con un ruso de casi dos metros de altura y puro músculo, de mandíbula marcada y cabello rubio oscuro y ojos azules penetrantes.

Su envergadura era bestial, enorme, y su atractivo inigualable, muy masculino.

Sentía el corazón queriendo salirse de mi pecho cada vez que me tenía en su campo de visión y se acercaba a mí como un león al acecho.

A veces me rodeaba la cintura con su brazo izquierdo y con la mano derecha me tomaba por el cuello y nuca, acercaba nuestros labios y me devoraba con un profundo y largo beso.

Luego me pasaba el día temblando de deseo hasta que llegaba la noche y él tomaba lo que quería de mí.

Otras veces, solo me agarraba por la cintura, olía mi cuello, y luego depositaba un beso justo allí.

Me dejaba deseando el profundo y largo beso que no me daba en los labios.

Todo lo hacía con un motivo, siempre había una razón.

Y la suya era algo simple, pero terrible para mi mente, mi cordura.

Me dejaba deseándolo y esperando su regreso como lo debe hacer una buena esposa.

La buena esposa de un mafioso.

Era la mujer del hombre que asesinó a sangre fría a mi padre, jefe de la Bratva.

Horas después de su muerte, me tenía en su mansión y me buscó en la habitación que me había dejado y me enseñó el papel que nos vinculaba.

No había pasado por el altar, tampoco dije «Sí, quiero», pero estaba casada con él.

Quería quedarse con todo lo de mi padre, su enemigo, y conmigo, posiblemente como venganza.

Debería odiarlo, pero no era así.

Mi padre se lo merecía. Ese hombre nunca me quiso. Y estaba segura de que muchas veces quiso deshacerse de mí por arrebatarle la vida a mi madre cuando nací.

Él la había conocido en uno de sus tantos viajes a Italia por negocios, se enamoraron y casaron, pero no logró jamás sacarla de su país. Peleó con uñas y dientes por seguir viviendo allí, ni siquiera logró asustarla cuando le dijo quién era y le exigió irse con él a Rusia.

Sabía aquello porque en una de sus innumerables borracheras en el día en que murió, y mi cumpleaños, me lo gritó en la cara.

Tenía veintitrés años viviendo dentro de la mafia y sabía sobre las cosas horribles que hacían los hombres en aquel mundo.

Y no me importaba lo que mi esposo hacía para ganarse la vida.

Mi marido tenía las manos manchadas de sangre. Hacía todo tipo de atrocidades. Torturaba personas. Asesinaba. Era cruel y despiadado. Rompía las reglas y hacía todo tipo de cosas nocivas e ilegales, pero...

A mí jamás me hizo daño.

Cuando me presentó el papel que nos vinculaba como marido y mujer, tampoco lo hizo con maldad y arrogancia, como lo hubiera esperado.

Lo hizo como si tuviera al alcance de sus dedos al mismísimo cielo.

Y aquello me confundió.

Relatos Cortos © [Completa] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora